miércoles, 4 de octubre de 2006

En el gimnasio

Acabo de llegar del gimnasio y me apetece poner por escrito lo que se me iba ocurriendo mientras mis músculos se me quejaban. De entrada, aclaro que no he sido nunca un tipo de gimnasio ni excesivamente deportista. Mientras era joven el cuerpo funcionaba bien y no sentía ninguna necesidad de ejercitarlo de forma regular. Sin embargo, hará unos 3 años, animado por mi ex-mujer empezamos ambos a ir a un gimnasio. Al principio sufría mucho y seguro que lo hubiera dejado de haber estado yendo solo. Poco a poco empecé a notar que mi cuerpo, tras las agujetas obligatorias, reaccionaba y me lo agradecía.

Poco antes de nuestra separación el gimnasio al que íbamos quebró; enseguida vino la crisis (acontecimientos sin relación ninguna; que nadie piense otra cosa) y los primeros meses yo me quedé hecho polvo. En resumen, no estaba el horno para buscar gimnasio. Hacia principios de este año, no obstante, decidí matricularme en uno nuevo, bastante pijo y completito que, además, queda cerca de mi casa, lo que me permite ir andando (o corriendo, en plan calentamiento previo). Te ponen unas rutinas que cubren una semana completa, de modo que vas trabajando cada día grupos musculares específicos, además de iniciar siempre con aeróbicos (¿se dice así?) y acabar con abdominales (¡qué coñazo!), lumbares y estiramientos.

Yo voy ahí (procuro que sean tres veces a la semana) y me pongo a lo mío, con mi i-pod en función aleatoria. Quiero decir que no hago nada de "vida social", aunque como ya llevo unos meses es inevitable ir haciéndote con caras y viceversa, pero eso no pasa de algún saludo educado. Lo que me llamó la atención desde el principio (insisto en que tenía y tengo muy poca experiencia en estos ambientes) era que la gran mayoría de tíos están en torno a la treintena (soy de los viejos, snif) y van con cuerpos impresionantemente musculados. Se ve que le echan bastantes horas diarias a lo de trabajarse las formas, a base de pesas y más pesas. Entre ellos hay una especie de aura de complicidad o espíritu compartido, al estilo de profesionales que tienen su lenguaje y gestos propios. Gustan de mirarse continuamente en el espejo, de comprobar cómo sus músculos exhiben unos volúmenes rotundos al contraerse con el esfuerzo.

Las tías, en cambio, me parecen bastante más "normales" o menos "especializadas", si se prefiere. Están también mayoritariamente en ese grupo de edad y, aunque normalmente tienen unos cuerpos muy agradables, no resultan excesivamente llamativas. De otra parte, como es lógico, abundan menos en la sala grande donde están las máquinas de pesas y, por contra, son mayoría en las salas de actividades dirigidas (pilates, spinning, y otras más cuyos nombres soy incapaz de retener).

Reconozco que a veces me quedo mirando a alguno de esto tíos, "admirando" sus musculaturas. Aunque me parece que se pasan, no me importaría (no es ese mi objeto al ir al gimnasio) tener un poco más de perímetro de brazo, unas espaldas más anchas o unos pectorales más rotundos. Alguna amiga que va a ese gimnasio, sin embargo, me ha comentado que no le gustan tan musculados como ellos y, según parece, es una opinión bastante general entre las féminas. Supongo que ellos serán conscientes de que su musculación supera el nivel óptimo medido en términos de atractivo sexual para el sexo opuesto. Intuyo que el ideal estético proviene de ellos mismos, alimentado en todo caso, entre amigos con las mismas aficiones culturistas. Algo de esto le ha ocurrido (ya menos) a mi hijo que, aunque está cachas, afortunadamente ha cesado ya en la ligera obsesión por, según sus palabras, "sacar cuerpo".

De hecho, en la atracción homosexual un componente muy habitual son los músculos. No quiero decir que los que van a mi gimnasio sean homosexuales (aunque haberlos, los habrá seguro), sino que el músculo definido y potente debe ser un estímulo en el erotismo masculino, aunque sólo se active en términos homosexuales (de todos modos creo que, por naturaleza, todos somos capaces de responder a estímulos homosexuales; mejor sería decir que nuestra sexualidad se puede estimular de muy diversos y variados modos).

Lo que es curioso, de otra parte, es que ese gusto por la musculatura se limita a la parte superior del varón. Resulta que todos estos tipos tienen, por contraste con sus impresionantes brazos, espaldas y pechos, unas piernas tirando a ridículas (no diré patitas de pollo, pero casi). En muchos de ellos, el perímetro del brazo parece mayor que el del muslo. Con frecuencia, cuando voy a una máquina de brazos, hombros o pectorales y la acaba de usar uno de estos jóvenes atléticos, he de bajar el peso. Sin embargo, me ocurre lo contrario cuando la máquina es de piernas. Así que resulta que yo, un alfeñique comparado con tales individuos, tengo más fuerza en mis piernas que ellos.

Me parece que lo natural es que las piernas sean más fuertes que los brazos; al menos ese es mi caso. Si uno va al gimnasio para mantenerse en forma, pareciera que debe fortalecer más o menos equilibradamente todos sus músculos. En cambio, si uno va para "trabajarse" el cuerpo, para moldearlo, resulta que es mucho más importante la parte superior. Es decir que lo atractivo son los torsos y brazos potentes; a los varones no nos ponen nuestras piernas.

En fin, en estas chorradas he estado pensando (y observando) esta tarde mientras sudaba y sufría. Mañana a "disfrutar" de las agujetas por haber dejado de ir durante la semana pasada.


PS: El de la foto .... No soy yo.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM

1 comentario:

  1. Pues a mi los hombres así, como los de la foto, me dan un repelús que ni te cuento. A mi me gustan más los escuálidos, para qué engañarnos. Así tipo bailarín de ballet. Con más fibra que músculo. Aysss y es que esos son lso más fuertes.

    Comentado el Viernes, 6 Octubre 2006 12:48

    ResponderEliminar