lunes, 29 de octubre de 2007

Los dibujos de Syd Barrett (I)

Todo comenzó por un malentendido ¿De qué otro modo podía ponerse en marcha tamaño disparate? Yo estaba sin plata. Sí, de nuevo. En esos días no era nada tampoco tan raro. Es más, que el dinero entrara y saliera formaba parte de un principio ético que todos asumíamos. Luego, pero muy luego, años después, me enteraría de que no todos fueron tan zonzos. De hecho, me consta que algunos de aquellos, cuando me mentan, me dicen el cojudo. Ya no soy el flaco o no sólo el flaco, como entonces ...

Se me ocurrió ir a lo del polaco; la covachuela, lo llamaban otros. Vivía allá no más, a la vuelta del auditorio. Un tipo de greñas rojas, llamativas pero escasas, que siempre asomaba encorvado tras el mostrador de su tienda de compra-venta. Pensé que algo me daría por los dibujos con crayolas con los que Goncho, Maruca y yo habíamos testificado nuestro primer viaje con peyote. Claro que el valor sentimental habría que condimentarlo con otros argumentos para que se revalorizasen.

Dos días después habría de salir cagando leches, huyendo del barrio, de la ciudad, del país. Primero cruzar hasta Chile y de ahí todo tieso hacia el norte, bien arrimadito a la costanera pacífica. Esa fue mi odisea, que me daría para cimentar la leyenda revolucionaria que necesitaba, por mucho que también fuera una leyenda cojuda. Quiero decir que también subí muchos tramos en motocicleta, como el Che, y sin embargo no llegué a Cuba porque me hicieron dar la vuelta en la frontera entre Ecuador y Colombia y así cruzar el continente por la parte de las nalgas, selváticas y tropicales; para esos días ya no rememoraba a Guevara sino al loco del Lope de Aguirre.

Bicho malo nunca muere, pero eso lo sé ahora, pasados cuarenta años, y no cuando era un crío, un jovenzuelo arrogante de apenas veintidos, y descontaba las pocas cuadras que mediaban entre nuestro apartamento y lo del polaco, adornando mentalmente la autoría de los originales. Lo que puedo asegurar es que los dibujos eran curiosos, le hablaban a uno, tenían mensaje, pues. Los tres pensábamos que aportábamos algo valioso para renovar la expresión pictórica. O sea, que no pensaba desprenderme definitivamente de los dibujos, sino empeñarlos para recuperarlos en poco tiempo, cuando mis viejos me mandasen el cheque de inicio de mes.

Pero la plata la necesitaba ya mismito porque si no el Negro me iba a rajar. A ese sí que ya no le entraban más historias y menos mal que no se había enterado aún de lo mío con su hermana. Magaly se llamaba, menudo nombrecito. Ni siquiera es que estuviera muy buena, pero llevaba un pastel de primera que le afanamos a su hermano. Fue toda una tarde dándole la vara, historia tras historia, soy famoso por mi labia, y la piba colgadita, rendidita de amor y enganchada a mis mentiras. Una tarde de lenguas (palabras y besos) y la noche fumando pastel y cachando, toda ella. Parece que le propuse fugarnos, aunque no lo recuerdo.

Era febrero del 68; lo sé porque aun conservo el pasaporte con el cuño del control aduanero de Las Cuevas, en la antigua ruta 7, por la que fui desde Mendoza a Santiago de Chile antes de que existiera el túnel del Cristo Redentor. Estábamos para empezar nuestro último curso de económicas, pero por aquel entonces los estudios apenas nos preocupaban; era nuestra etapa psicodélica, la de nuestros viajes interiores y la música de Pink Floyd. Un año antes el Goncho había regresado entusiasmado de su viaje por Europa, todo un mesecito pendejeando. Había estado en Londres y asistido a la inauguración del UFO club de Tottenham Court Road. A su vuelta, su entusiasmo nos dejaba fríos; no sabíamos quienes eran los Pink Floyd y muchos menos esos otros locos ingleses como los Soft Machine, Arthur Brown o los Tomorrow. Piénsese que los Beatles todavía no habían publicado el Sgt. Pepper's. Pero los rollitos del Goncho cobrarían otra dimensión desde el momento en que apareció el Piper at the Gates of Dawn y nos revolucionó como una revelación mística.

Obviamente, haber estado donde y cuando todo empezó y haber conocido a Syd Barrett fueron credenciales más que suficientes para que el Goncho se erigiera en el líder de nuestro grupo. Las anécdotas de sus días londinenses, fueran o no verdad, alimentaban nuestra mitología no tan privada, porque se convirtió en una especie de marca de tribu que nos afamaba en el barrio. Saber que el polaco sabía de nuestra amistad (siempre hay que fanfarronear un tanto) con el genio de los Pink Floyd fue la chispa que dio origen al gran embolado. Ya he dicho que los dibujos tenían su cosa, ¿por qué entonces no podría haberlos pintado el mismo Syd Barrett con nuestro amigo Goncho?

La cosa fue que se la enchufé al polaco y hasta le conseguí la plata en dólares. Cincuenta papeles, recuerdo, con las justas alcanzaba para saldar la deuda con el Negro y eso si no se enteraba del palo que, con mi ayuda, le había dado su hermana. Pero yo era muy poco previsor en aquellos tiempos y no hacía sino dejar cabos sueltos. No merece la pena explicar demasiado. El caso es que Magaly descubrió que existía Maruca y sacó las consecuencias correctas: no quedaba yo muy bien parado y las pibas de su clase no soportan verse humilladas. Y encima me demoré en ir a llevarle la plata al Negro; a lo mejor, si hubiese llegado antes que su hermana ... Pero no es que llegara tarde, es que no fui, porque de los cincuenta billetes más de la mitad se fueron en un pastel cargadito que me fumé esa noche con la Maruca. Cuando, resacosos hasta el culo, despertamos por la tarde del otro día, me acordé de mi compromiso con el Negro y, durante un rato, tuve miedo. Fue el rato que tardé en llegar al apartamento, entrar y descubrir a Goncho muerto en el piso de la sala, con las tripas desparramadas en un charco de sangre negra.

No quise ni pensar, ni llorar, ni nada. Agarré una mochila que llené con cuatro cosas y salí cagando leches. Pasé toda la noche deambulando acojonado por el centro y hacia las seis de la mañana me metí en el autocar que hacía el trayecto hacia Santiago. No sabía entonces -ni me preocupaba de saber- que pasarían cuarenta años hasta que volviera a mi país; tampoco sabía -ni me preocupaba de saber- que los falsos dibujos de Syd Barrett serían los causantes de mi vuelta.



CATEGORÍA: Ficciones

domingo, 28 de octubre de 2007

Sábado; lectura de El País



Comentario preliminar: ya no es EL PAIS; ahora es el PAÍS, con acento (se agradece), "el periódico global en español". O sea, ahora el periódico se refiere al conjunto del globo terráqueo o, a lo mejor, es que hay que tomarlo (¿valorarlo?) en su conjunto o es el vocero en nuestra lengua de la globalización ... Gilipolleces.

Hillary Clinton celebra su sexagésimo cumpleaños. 60 ya, qué barbaridad, cómo pasa el tiempo. Así que cuando estalló el chusco escándalo del sexo oral con la becaria (allá por principios del 98), Hillary tenía 50 y Bill uno más. Según El País, los tiempos de infidelidades y mentiras parecen haber quedado atrás y ahora Bill apoya lealmente a su mujer. No estaría mal que fuera la próxima presidente de los Estados Unidos. Me gustaría que fuera presidido por una mujer (la prefiero antes que a Obama, aunque tampoco estaría mal un negro). En cualquier caso, hacerlo peor que Bush parece casi imposible.

Después de que el Gobierno del PSOE recusara a dos magistrados del Tribunal Constitucional, ahora viene el PP y recusa a tres más (el texto íntegro de la recusación pepera). Lo que se dirime es el recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP contra la reforma de la Ley de dicho Tribunal. Parece ser que los magistrados del Tribunal están muy divididos ante esta reforma y se han dedicado a manifestar sus posiciones, lo cual puede ser causa de abstención e incluso de recusación, de acuerdo al artículo 219 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. La verdad que el que uno se haya formado un criterio lo inhabilite para juzgar sobre algo haría prácticamente imposible disponer de jueces. Otra cosa es que los magistrados no guarden la debida prudencia de callarse sus opiniones cuando saben que les va a tocar pronunciarse en razón de sus cargos. A este respecto, parece que la situación no es la misma entre los magistrados "conservadores" y los "progresistas" (mejor sería decir entre los que recusa el PSOE y los que recusa el PP); los primeros se descolgaron espontáneamente pidiendo la dimisión de la presidenta por no estar de acuerdo con la reforma, mientras que los segundos mostraron su acuerdo con la constitucionalidad de la reforma en reuniones internas (de las que los populares son conocedores por informaciones de prensa, en concreto del ABC). Pareciera más justificada pues la recusación del PSOE, máxime cuando la del PP se adopta después de que Acebes (¡cómo me gusta ese tipo!) dijera que recusar magistrados del Constitucional es una grandísima práctica antidemocrática. Ahora bien, he de decir que, por más que la respuesta del PP me parezca otro ejemplo de su habitual hipocresía, no me gusta nada lo que hizo el PSOE. Dejen a los Tribunales en paz (salvo muy flagrantes evidencias de parcialidad interesada e injusta) porque, si no, están abriendo una peligrosísima caja de Pandora. En este episodio creo que ha sido el PSOE quien primero ha metido la pata.

Artículo de opinión de Jordi Gracia, profesor de Literatura Española en la UB, titulado Falsas ilusiones de normalidad en España. Desarrolla (con mejores armas) las breves ideas que escribí tras ver a Carod Rovira en la tele hace unos días. Cito un par de frases: "... resulta extremadamente raro que no se advierta fuera de Cataluña que sin los nombres catalanes la amputación de la vida intelectual en España sería algo más que grave, porque la dejaría cojitranca y maltrecha, algo miope y sin duda menos rica y heterodoxa e imprevisible". "Lo que desanima (cuando se piensa en ello) es la extendida miopía de la cultura española fuera de Cataluña en torno a los nombres y obras catalanes, como si no se supiese sacar consecuencias de lo evidente. La industris editorial y cultural catalana trabaja con dos lenguas porque la sociedad es bilingüe ... quizá haya que recordar también a la sociedad española la misma evidentísima verdad: que en las etapas de libertad política Cataluña ... (se ha expresado) ... en dos lenguas. Y no será porque son ineptos o descastados españoles quienes mejor conocen esas letras ..."

En la misma página otro artículo de opinión, éste de un sacerdote dominico sobre la beatificación de los 498 religiosos asesinados durante la Guerra Civil por los "rojos". Unas páginas más adelante leo las quejas de familiares de curas vascos fusilados por Franco ante el olvido. Descartando los casos puntuales (que los hubo en ambos bandos) de ajustes de cuentas por odios personales, hay una diferencia significativa entre los religiosos asesinados en cada lado. Los que quedaron en el lado republicano lo fueron, en su mayor parte, por ser religiosos y en muchas ocasiones por negarse a abjurar de su fe; los otros por razones que no tenían que ver con su catolicismo (muchos de los curas vascos por ser nacionalistas, por ejemplo). Mártires son quienes mueren y/o sufren tormento por causa de la religión cristiana así que, desde tal punto de vista, adecuado es que la Iglesia Católica considere mártires a los primeros y no así a los segundos.

Muy distinto es valorar la procedencia de esta beatificación, la relación de la misma con la inaceptable injerencia de las autoridades eclesiásticas en la vida civil española y, por poner un ejemplo sangrante, las recientes declaraciones a propósito de la tramitación de la Ley sobre la Memoria Histórica, el doble rasero de los católicos, etc ... Habría mucho que hablar sobre todo ello, tanto que parecería lo más adecuado y prudente, tal como están las cosas, que se dejaran de beatificaciones. Pero no quiero meterme en esos berenjenales; básteme sólo resaltar, como hace el artículo citado, cuanto "de soberbia u orgullo espiritual competitivo que hay que exhibir a bombo y platillo en contra de alguien" tiene el espectáculo vaticano, en vez de ser, como debiera, el "recuerdo dolorido de unas personas víctimas cruelmente sacrificadas". ¿Procede, acaso, que la Conferencia Episcopal proclame su profunda alegría por la beatificación?

Por último, leo sobre la entrega de los premios Príncipe de Asturias en Oviedo. Como estaba más que cantado, Dylan ni apareció, a pesar de que haber celebrado su galardón con un post en este blog (ay, Bobby, Bobby). El premio a Gore imagino que es una concesión a la corrección política. Me impresionó el discurso de Amos Oz de quien, por cierto, no he leído nada. Y, gracias al blog de Hannah, he descubierto al Yad Vashem y me he alegrado de que lo hayan premiado.
PS: Este post lo publiqué anoche antes de acostarme, pero estaba incompleto. En esta mañana de domingo me he dedicado a poner los enlaces que necesita para entenderse. Ya en ocasiones anteriores había comentado textos publicados en El País con sus correspondientes enlaces a la web; luego, días después, descubría que esos links llevaban a la página de suscripción. O sea, que si no estás suscrito no puedes leer las noticias viejas de El País. Parece que esta política a mi modo de ver bastante estúpida (no creo que el negocio vaya por ahí) va a cambiar a partir del 15 de noviembre. No obstante, me he tomado la molestia de "robar" al País imprimiendo a PDF los textos que comento en este blog (y algunos otros) y "subiéndolos" a Twango. Así que los links son a cada uno de estos PDF alojados en una página personal mía. Me ha llevado un ratito pero ha sido una prueba interesante.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

sábado, 27 de octubre de 2007

Intimidad

Me hablaba el otro día un amigo, almorzando, de la cantidad de gente que siente la necesidad de contar a otro sus emociones, de abrirse, de “desnudar su alma” (por muy cursis que sean, las metáforas manidas cumplen su función expresiva). Esa búsqueda de comunicación “íntima” proviene las más de las veces de una incómoda y densa insatisfacción, una sensación confusa que con frecuencia se convierte en esa ansiedad aparentemente irracional (porque no acertamos a identificar los motivos que la generan). Creo que se atribuye a Rosseau el famoso diagnóstico de que el ser humano se siente incompleto en soledad; de ahí que la necesidad de los otros sea consustancial a la naturaleza humana.

Sea por lo que sea, es verdad que pareciera que actualmente abundan (¿más que en otras épocas?) las personas que desean profundizar en la intimidad. Siguiendo a Bucay, entiendo una relación íntima como aquélla en la que la comunicación se basa en la honestidad y la sinceridad y se refiere a aspectos "sensibles" de cada persona; establecer una relación íntima (o siquiera abrir la puerta a que se inicie) implica admitir que la comunicación sea trascendente y, por tanto, te cambie. Dice Bucay que, obviamente, no todas las relaciones con los demás han de ser íntimas pero, sin embargo, sólo éstas dan sentido a nuestros caminos personales.

A mí me da la impresión de que la mayoría de las personas, ante la vivencia de la intimidad, siente a la vez, paradójicamente, atracción y rechazo. Todos intuimos, supongo, que abrirnos honestamente a otro es bueno para nuestro crecimiento vital, que ha de contribuir a nuestra felicidad; esta intuición, por vaga y poco explícita que sea, explica la atracción, la ansiedad por vivir relaciones íntimas. El rechazo no puede obedecer sino al miedo: en la intimidad mostramos nuestras vulnerabilidades, le estamos dando al otro las armas para hacernos daño. Ese conflicto entre opuestos suele decidirse, creo yo, del lado del miedo. Por eso tantos intentos frustrados, amagos de intimidad que apenas pasan de mostrar la insatisfacción y la ansiedad de quien la anhela para enseguida retroceder.

Es verdad, por otra parte, que todos, más o menos, tenemos cierto entrenamiento en las "habilidades sociales", las que se emplean en el juego de apariencias y vanidades de las relaciones cotidianas, y en cambio nuestra práctica en los otros lenguajes es muchísimo más pobre. Para colmo, cada una de nuestras experiencias en esos terrenos las consideramos "personales e intransferibles" (cuando suelen ser universales e intercambiables) y de nuestras meteduras de pata rara vez sacamos las pertinentes enseñanzas sino que, estúpidamente, nos refuerzan actitudes poco positivas. De una parte es habitual (sobre todo en los hombres y sobre todo a partir de cierta edad) una especie de resignación que, mediante el recurso al cinismo, nos puede permitir ahogar esa supuesta "ansia de intimidad" para, aceptando que "las cosas son cómo son", dedicarnos a los "hechos externos" de la vida. Mientras sorteamos (o superamos) los avatares de nuestros personales tableros de juego (el de la Oca, me imagino yo), tratamos de aplacar cualquier ansiedad interna, buscamos aplanar lo más posible nuestro emocionograma. Una vez lograda la ocultación, ante nosotros mismos, de los propios fantasmas, es lógico no desear relaciones íntimas; pero también es natural rechazar los intentos de intimidad de cualquier otro: ¡que no me vengan a revolver mis tranquilas aguas interiores!

La otra reacción, para mí también equivocada, es más frecuente entre las mujeres. Simplificando mucho, diría que mientras el hombre típico sale escarmentado de una intimidad fracasada renunciando progresivamente a la experiencia, la mujer típica no sólo no escarmienta sino que se empeña en no aprender nada de lo que ha vivido y en seguir buscando lo que la vida se empeña en negarle (sin que ella atienda). Varias mujeres que he conocido (sobre todo en los últimos dos años) me han dado la impresión de buscar relaciones de intimidad dosificadas o, si se prefiere, condicionadas. La intimidad para ellas, aunque no se lo reconozcan, no es en el fondo sino un instrumento para aplacar sus necesidades de sentirse amadas; intuyo (puedo obviamente equivocarme) que las más de las veces no quieren de verdad desnudarse, conocerse a sí mismas, enfrentarse a sus miedos, inseguridades y carencias, sino que les basta (y les sobra porque les aterra ir más allá) con que se les anestesie su soledad.

Por mi parte, creo que las relaciones íntimas son seguramente (como dice Bucay) el instrumento más valioso del que disponemos para dar sentido a nuestro camino; y este camino, para mí, es sobre todo el del propio conocimiento y, a partir de ahí, el de la felicidad. Deseo pues mantener relaciones de intimidad con las personas que voy encontrando y en las que intuyo contenidos que me atraen. Sean o no acertadas mis intuiciones generalizadoras, lo que sí es cierto es que en mi experiencia reciente me he encontrado con muchas más mujeres que hombres "anhelantes" de intimidad; este hecho, junto a otros "prejuicios" derivados de mi heterosexualidad predominante, hace que hayan sido mayoritariamente mujeres las que, en estos dos últimos años, más hayan contribuido a mi crecimiento personal, cultivando relaciones de intimidad, en distintos grados de intensidad.

Lamentablemente, por más que creo que en estos últimos tiempos bastante he mejorado en mi capacidad empática, sigo comprobando lo difícil que resulta abrir los canales para que fluya la comunicación íntima. En esta última semana he vivido tres ejemplos de lo que estoy contando; en los tres casos he notado que esa mujer estaba pidiendo que le ayudaran a abrirse y, al mismo tiempo, defendiendo su muralla. Me he limitado sólo a percibirlo y esta omisión se debe, probablemente, a mi torpeza, a no saber cómo actuar. Me la justifico a mí mismo con el argumento de que son ellas las que han de dar el paso, superar sus miedos. Y es irreprochablemente verdad pero, sin embargo, es una verdad mentirosa que oculta que yo también tengo miedo.

Porque es evidente que las relaciones íntimas implican riesgos y, el principal, es que para darse requieren que crezca el afecto y la confianza, requiere entregarse al otro. Y ahí empiezan los miedos, máxime cuando nos cuesta gestionar sentimientos que se escapan (o no encajan) en los marcos tranquilizadores de nuestros tópicos aceptados. A pesar de todo, para mí, el camino pasa necesariamente por estos riesgos. Y lo que tengo claro (si es que algo tengo claro) es que esos momentos de intimidad (con el amor y la confianza que conllevan) son las experiencias más fructíferas de nuestras vidas; busquemos pues vivirlos e intensificar su vivencia.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones

martes, 23 de octubre de 2007

Mario Bengoechea

El relato del post anterior es ficticio. Admito que puede resultar algo confuso, pero pretendía narrar un cuento alternando escenas breves de tres épocas distintas. Quedan huecos, lo sé, y jugar a rellenarlos es una excusa tan buena como cualquier otra para perder el tiempo. Este ejercicio de despilfarro lúdico del tiempo va dedicado a Raquel, Zafferano e illyakin, por curiosas.

Tomemos a Mario, por ejemplo, el padre de Paola. Creo que en el relato queda claro que había nacido en San Sebastián (Guipúzcoa), que estaba separado de Tessa (la madre de Paola) y mantenía una relación con Carla, que quería mucho a su hija a la cual le pintaba acuarelas para ilustrar sus cuentos infantiles (el de la tortuguita aventurera, pongamos) y que, lamentablemente, muere cuando el avión de pasajeros en el que iba se estrella en la selva al otro lado de la cordillera (de Los Andes). Me imagino a Mario como un hombre de treinta y seis años cuando toma el avión que le habría debido llevar de Buenos Aires a … ¿A dónde? Porque si el avión había de cruzar la cordillera y precipitarse en la selva que hay en la otra falda, me temo que planteo un problema complicadillo. Me pongo a tantear con el GoogleEarth y haciendo líneas rectas (que en realidad son curvas) el viaje “ideal” sería a Centroamérica (a Honduras, Nicaragua o Costa Rica), porque sobrevolaría el altiplano boliviano y saldría de la cordillera por las proximidades de Cuzco; así el avión podría estrellarse en el departamento peruano de Madre de Dios o, haciéndolo aguantar un rato más, quizás hasta en el de Loreto, cerca de Iquitos, ciudad en la que pasé una semana hace más de treinta años. He de reconocer que el trágico accidente de aviación que narro (incluyendo la pérdida de los cadáveres) enlaza con uno que no fue para nada ficticio: Era febrero del 96, un vuelo Lima – Arequipa en el que viajaba un gran amigo; debía andar por los treinta y seis, como Mario pues.

Pero recuerdos dolorosos aparte, Mario había de salir de Buenos Aires y, la verdad, no se me ocurre qué tendría que ir a hacer a Tegucigalpa, Managua o San José. Ya puestos, podría bucear en la convulsa historia reciente nicaragüense y suponer que Mario andaba metido en política y tenía relaciones con el ala dura del Frente Sandinista. ¿Se acuerdan de la Revolución Sandinista? En esos años yo vivía en Lima y uno de mis amigos más cercanos era el hijo del embajador de Nicaragua; se trataba de un diplomático de carrera, no especialmente somozista (imagino que en la misma medida que no todos los que trabajaban para el gobierno en la España de Franco eran necesariamente franquistas). El triunfo sandinista le supuso (estaba cantado) perder el cargo y tener que exiliarse a Florida, bastante ajustado económicamente. Mi amigo, en cambio, optó por quedarse en Lima, donde se casó y donde, cargadito de hijos, todavía reside.

Pero volvamos a la construcción de nuestro personaje imaginario. Para el 91, fecha del nefasto viaje aéreo, los sandinistas ya habían perdido el poder. Podemos inventar un Mario muy politizado, un activista de izquierdas de vocación panamericana (un Che Guevara de los 90, vamos). Yéndonos años hacia atrás, calculo que el Golpe militar argentino (1976) le habría pillado en segundo o tercer año de la universidad. Así, en esta hipótesis, cabe suponerle clandestino, al lado de Tessa quizá, compañera de afanes libertarios de los que nacería el amor; podemos recrearlos saliendo del país a escondidas, viviendo aventuras terribles, sufriendo las pérdidas de amigos queridos en esa etapa criminal. A lo mejor la boda de Tessa y Mario podría ser una celebración del fin del horror, una ritualización íntima de la civilidad recuperada; las fechas cuadran: matrimonio en el 83 (fin de la dictadura) y Paola nace en el 84.

Pero, por mucho juego que pudieran dar estas ideas, el retrato que va apareciendo no termina de cuadrarme con un padre que pinta acuarelas infantiles (prejuicios, me diréis). Más verosímil me parece enviarle en 1991 a Miami, ya que la ruta aérea desde Buenos Aires también pareciera sobrevolar la selva boliviano-brasileña. Está claro que debería investigar algo más sobre los recorridos de los aviones comerciales; seguro que en Internet pueden conseguirse los mapas correspondientes. Pero, en todo caso, hacerle viajar a Miami, capital comercial de muchos latinoamericanos, ofrece un personaje mucho más abierto, menos condicionado a un perfil que dificulta escapar del estereotipo. Tendríamos así un Mario de clase media acomodada, dedicado a los negocios y con una titulación universitaria. ¿Arquitecto? Al fin y al cabo, algo que sabemos es que pinta bien (y sigo con referencias personales).

Y a todo esto, ¿por qué un tipo nacido en San Sebastián vive en la Argentina? ¿La verdad? Pues porque, no me pregunten el motivo, cuando se me ocurrió la idea del cuentecillo tuve claro que Paola había de ser argentina, pero también vi con toda claridad la escena de ella y su novio sentados en una terraza junto al Kursaal donostiarra, con la playa de la Zurriola enfrente y el monte Ulía a la derecha. Nueva confesión personal: ese es el barrio donde nací, aunque entonces la playa era muy otra (mínima y peligrosísima) y, por supuesto, no había cubos oblicuos de vidrio. Pues para explicar que una argentina estuviese en Donosti que mejor que hacerla visitando la ciudad de su padre, máxime cuando éste ya no vive y ella lo echa en falta; ergo Mario había de ser vasco.

Naturalmente, Mario no podía apellidarse Panciutti, tiene que tener un patronímico euskaldún y he escogido el de Bengoechea, así, en grafía castellana. Mario Panciutti es el otro Mario del cuento, el presidente de la Fundación que premia a Paola. Curiosamente, ambos Marios son más o menos de la misma edad; como la ceremonia es actual (2007), se trata de hombres de 52 años. Sin embargo, digo en el relato que el segundo Mario no se parece en nada al padre de Paola, así que … Aunque, por otra parte, dieciséis años muerto (o desaparecido) hacen que el aspecto de uno cambie bastante; y con simplemente cambiarse el apellido … En todo caso, a mi modo de ver, dejar oculta esa incógnita es imprescindible para la eficacia narrativa del cuento. La ambigüedad del Mario doble, para resolverse de forma airosa, requiere un argumento largo e ingenioso. Dejémoslo pues en suspenso.

Ah, me olvidaba: el presidente de la Fundación se llama Panciutti porque mientras escribía no estaba demasiado inspirado y, a fin de cuentas, un apellido italiano viene muy bien para un argentino. Aprovecho para aclarar que Panciutti no es mi apellido (por si alguien creía que sí) y que, pese a su sonoridad y grafías evidentes, no es italiano (salvo error u omisión, en Google “yo” soy el único Panciutti, comprobación que hice ya en el momento de bautizarme). 
Lo que ahora descubro es que hay otro apellido parecido que también corresponde a un ente de ficción; se trata de Donna Isabella Pinciotti, un personaje de la serie televisiva (sitcom) de la Fox denominada That '70s Show (en España: Aquellos maravillosos 70). Lo curioso es que este personaje nació en 1959, así que tiene la misma edad que Miroslav Panciutti (y que yo, claro).

En fin, lo anterior no son sino apuntes de cuánto se puede uno enrollar si se empieza a indagar en un personaje … ¡Por más que sea imaginario! Hacer ficción es trabajoso y exige documentarse. Lo cierto es que, con una tontería como ésta, aprovechas y te pones a pasear por el tiempo y el espacio, deslizándote de la realidad a la ficción (y viceversa) con fluidez absoluta, sin apenas darte cuenta. A lo mejor este post lo sigo otro día para contarles (contarme) por qué Mario fue de niño a la Argentina; algo he descubierto al respecto, y exige presentar a sus padres Txetxu Bengoechea y Aránzazu Gainza, y al hermano mayor del primero, Luis, que vivía en Buenos Aires desde el final de la Guerra Civil. He pensado que Mario pudo pasar su infancia en una casa del barrio de Balvanera pero, para confirmarlo, tendría que buscar unos cuantos datos (no he estado nunca en Buenos Aires, ay). También he imaginado un segundo matrimonio de Aránzazu (Txetxu tendrá que morir, qué se le va a hacer) con un hacendado ganadero de origen italiano; así Mario podría integrarse en una clase rural acomodada y, ¿por qué no?, conocer a Tessa. De esta manera explicaría los nombres italianos de los personajes femeninos del cuento. Y, naturalmente, algo que creo que puede dar juego es la crisis matrimonial de Mario y la eventual homosexualidad de Tessa que insinúo; por lo menos unos cuantos parrafillos de sexo y morbo, que siempre viene bien …

En fin, mis queridas Raquel, Zafferano e Illyakin, ¿os he disipado alguna duda? Esto os pasa por curiosas (mira que preguntarme a mí).


CATEGORÍA: Ficciones

domingo, 21 de octubre de 2007

El premio

El hombre la miraba con mirada tierna que llegaba despacio, pesada como lo son las que trae el sueño. Llevaban ya un rato sentados en esa terraza su novio y ella; y el hombre, ¿cuándo había llegado?

Mario colgó el teléfono. Otra vez discusión con Tessa, ¿por qué no podrían convivir civilizadamente? La bebita le había pedido el cuaderno de los cuentos. Ahí mismo lo tenía, tapa dura con hojas de cartulina, cada una acuarelada con aventuras de la tortuguita. Pero no podía pasar por la casa de su ex, perdería el avión.

Paola sonreía radiante, sentada entre sus dos madres. El secretario del jurado, un gordo de escandalosos bigotes mexicanos, lee el acta del premio. Ella conoce las palabras porque hace apenas una hora se las han consultado. En un momento habrá de salir a escena.

Quería tomarse un refresco antes de dejar la ciudad donde había nacido su padre. Eligió una terraza de sombrillas anaranjadas a los pies de ese gran cubo oblicuo de vidrio que tanto le habría gustado a Mario. Se sentó a una mesa; enfrente el mar violento y el monte verde a la derecha. Los miró con los ojos cerrados para dejar que se le metieran bien adentro; los miró oyéndolos, oliéndolos, sintiéndolos, mientras cerraba los oídos al parloteo incesante de Raúl. Esa tarde cumplía dieciocho años.

Había sido Tessa la que quiso separarse. Él había aceptado todo lo que ella fue pidiendo: le dejó la casa, la custodia de la niña, no discutió la pensión. No quería que su relación se agriara, deseaba poder seguir viéndola, hablando con ella, compartiendo ideas y experiencias. Pero, sobre todo, Mario ansiaba, necesitaba, poder estar con su hija, ese bichito vivaz que le tenía completamente enamorado.

Cuando el secretario bigotudo nombró el libro premiado, a modo de señal para que comenzasen los aplausos, la pantalla gigante del fondo se inundó con los colores de la que, entre todas las que le había hecho su padre, era la pintura favorita de Paola: la tortuguita suspendida sobre el acantilado, agarrada a lo que apenas era un tierno brote vegetal; el mar rugiendo a sus pies contra afiladas rocas, el monte, alfombrado de un prado de verde, a su espalda.

Raúl quería que se quedase con él en París, que se matriculase en Bellas Artes. La quería a su lado, disponible, mientras él acababa su licenciatura en ingeniería. Y luego volverían a Buenos Aires, ya casi casados, pensaba Paola, preñada quizá. Raúl decía que la amaba y probablemente era cierto. Y sin embargo ¿cómo podía hacerlo si apenas la conocía, si ni siquiera parecía querer conocerla?

Hagamos una cosa, le había dicho Mario; después de dejarme en el aeropuerto, Carla se acerca por el colegio y le entrega a Paola el cuaderno de la tortuguita. Pero Tessa se niega a que “esa mujer” tenga contacto con su hija. Está bien, concede, dile a Paola que me llevo el cuaderno conmigo, que haré algún dibujo nuevo y que, en cuanto regrese, paso por la casa para dárselo. Tres horas después, sobrevolando la cordillera, Mario mira las pinturas y evoca la carita pecosa de su niña.

Paola se levantó, las caricias de sus madres en la espalda, en el brazo. Caminó hacia el estrado, subió despacio los tres o cuatro escalones, se giró frente al público apoyando las manos en el atril, miró hacia el fondo. Iba a hablar: muchas gracias, quería decir, quería que fuese la voz de la tortuguita que ella había sido la que hablase a esas personas, la que les contase los sueños de una niña de siete años acunada por un padre borroso. Iba a hablar cuando sintió la mirada tierna y pesada que llegaba desde el fondo de la sala. Sentado en la última fila, un hombre la miraba.

No me estás escuchando … La queja de Raúl se abrió paso entre sus pensamientos de mar y monte. Perdona, me había abstraído; me emociona saberme aquí, en la ciudad de mi padre. Lo sé, Paola, pero debemos irnos; nos esperan como poco ocho horas de viaje y no querría llegar a París a las tantas. Paola le mira y piensa que no le entiende; mejor, que no se entienden. Raúl se levanta; va al baño y a pagar. Entonces fue cuando notó la mirada, gira la cabeza, ve al hombre, ambos sonríen.

Mario pensó que tenía que haberle dejado el cuaderno a Carla para que se lo hubiese hecho llegar a su hija. Sólo podía pensar en eso, que era importante que Paola guardase sus dibujos, la historia de la tortuguita aventurera. Las sacudidas eran cada vez más fuertes y Mario apretaba el cuaderno contra su pecho. Y entonces, justo antes del final, supo que él mismo tendría ocasión de entregarle el cuaderno.

La niña de siete años, de pronto, reconoció a ese hombre del fondo de la sala que se levantaba y salía al pasillo y caminaba despacio hacia el estrado. Paola no podía hablar, sólo mirar silenciosa, consciente de que sus ojos se anegaban de lágrimas dulces. La niña de siete años brincaba ilusionada mientras Paola asociaba esa figura algo encorvada al hombre que cinco años antes le había entregado el cuaderno en una terraza frente al Cantábrico.

Sonriendo el hombre se ha levantado y ha llegado junto a su mesa. Toma, le dice, y deposita junto a ella un bulto envuelto en papel de regalo. Paola calla y le mira; quiere preguntarle quién es pero, al mismo tiempo, siente que debe saberlo, que lo sabe aunque no recuerde donde ha escondido ese conocimiento. Te has convertido en una mujer preciosa, dice el hombre y una suave caricia, casi un aleteo, le eriza la cabeza. Paola cierra los ojos y busca por dentro. Cuando los abre, sólo Raúl está a su lado.

Tessa y Carla se conocieron al día siguiente. A partir de ahí, las mil gestiones dolorosas que llenaron esos días frenéticos las fueron acercando. Pareció como si la presencia de Mario hubiese impedido lo que su ausencia propiciaba. Tessa y Carla lloraron abrazadas y en el amor de ambas albergaron a Paola.

El público, emocionado con la emoción de Paola, aplaude. El hombre está subiendo al estrado y la voz del secretario bigotudo anuncia que el presidente de la Fundación, don Mario Panciutti, hará entrega del premio. El hombre se acerca a ella y Paola le abraza, se aprieta a su cuerpo dejando que la niña de siete años vuelva a sentirse acunada. El hombre, don Mario Panciutti (¿qué es ese Panciutti?), susurra palabras ininteligibles a su oreja. Te quiero, le dice ella.

Raúl partió a París sin ella, enfadado y confuso. Paola pasó aun tres días más en esa ciudad lluviosa, dejándose mojar por las olas de un mar que le hablaba aunque ella no entendiese el mensaje. Raúl no había visto a ningún hombre en la terraza; tampoco, cuando abrió los ojos, había ningún paquete sobre la mesa. Sin embargo, una semana después, al deshacer la maleta en su casa bonaerense, entre camisetas y pantalones apareció el cuaderno de Mario, los cuentos ilustrados de la tortuguita aventurera.

El accidente fue un golpe terrible en todo el país. No hubo supervivientes; doscientos cuarenta muertos. Apenas pudieron recuperarse partes de cadáveres, dispersos en la selva salvaje que cubre las faldas de la cordillera. En el mausoleo que la familia de Tessa posee en La Recoleta se grabó el nombre de Mario, pero allí no reposan sus restos. Paola, desde sus siete años, imaginaba que ese brote al que se agarraba la tortuguita se había roto y entonces Mario o la tortuguita o ella misma habían caído hacia las rocas del mar. Pero era una caída mágica, como la eterna levitación de una hoja que nunca llegaba al suelo.

Más tarde, en el cóctel bullicioso, Paola y sus dos madres pudieron hablar con don Mario Panciutti, un señor de origen italiano, tan agradable y tan en nada parecido al otro Mario. Pero Paola sabía que su padre la había abrazado y que años antes, en la ciudad de la que había salido de niño, le había devuelto su cuaderno. Mientras reía feliz y notaba como poco a poco se iba achispando, comprendía que podría vivir y seguir cayendo eternamente hacia un mar embravecido.

CATEGORÍA: Ficciones

miércoles, 17 de octubre de 2007

Un vecino que putea

Hace varios años, cinco quizá, una pareja amiga mía, gente honesta y de paz, se animó a comprar una parcela en una urbanización residencial al sur de mi ciudad. En esa parcela, en una fuerte pendiente con unas maravillosas vistas al océano, mis amigos querían construirse su “casa definitiva”. Para ello, hicieron ajustados cálculos financieros y se entramparon de todas las maneras posibles. Contrataron al arquitecto que había diseñado la vivienda vecina, un volumen escalonado con mucho cristal y elementos metálicos; una solución estética y paisajísticamente muy adecuada cuya ligereza visual contrastaba con el mamotreto tipo bunker que era la edificación que lindaba al otro lado.

En este espantoso mamotreto arquitectónico dio la casualidad que vivía (y sigue viviendo) un aparejador que es funcionario de la Gerencia Municipal de Urbanismo. Se trata del aparejador municipal de la vieja escuela; para quien no conozca el espécimen lo describo brevemente: varón cercano a los sesenta que considera que por su cargo tiene derecho a ciertas prebendas y que para nada piensa que su obligación es servir al ciudadano. Este hombre, cuando conoció a los que iban a ser sus vecinos les pidió ver el proyecto que iban a hacer y parece ser que no le gustó y les propuso que hicieran algunos cambios. No se entiende muy bien qué ventajas sacaba él de los cambios (por ejemplo, como la parcela daba a dos calles, quería que la entrada a la vivienda fuese por la de arriba y no por la de abajo) y hemos llegado a pensar que lo hacía simplemente como exhibición de dominio, para dejar claro que él era el sheriff del barrio. Mis amigos de buenas maneras le dijeron que no, que a ellos les gustaba el proyecto que tenían el cual cumplía con las normas urbanísticas de aplicación. Me cuentan que a partir de entonces la que era una relación cordial (aunque el vecino se tomase unos excesos de confianza poco admisibles) se agrió, no sin que antes este individuo les advirtiese: os vais a arrepentir de no hacerme caso.

Y, efectivamente, empezó el vía crucis. La tramitación de la licencia de obras se eternizó, poniéndoseles a mis amigos pegas absurdas y requiriéndoseles documentos insospechados. Tras año y medio de papeleo (y mientras tanto aumentando los intereses financieros en su contra) y pasando por algunos aros injustificables, mis amigos obtuvieron la licencia, si bien condicionada a construir una escalera interior absolutamente innecesaria que se argumentaba en base a la lectura torticera de un Reglamento de Habitabilidad que hoy ya está derogado. Como años después me confesaron amigos que trabajan en esa Gerencia Municipal, las presiones que recibieron del aparejador fueron tremendas (quien, además, prevaleciéndose de su cargo, se enteraba de todo el expediente sin estar personado y se dedicaba a interferir en los informes técnicos y jurídicos). Aun así, no podían denegar la licencia ya que el proyecto cumplía y, para ver si el “atravesao” se daba por contento optaron por el condicionante de última hora. Pero el vecino no se dio por satisfecho e impugnó en los Tribunales la concesión de la licencia.

Los últimos tres años han sido un calvario en tres frentes: el judicial, el administrativo y en la propia obra, porque el vecinito no se ha limitado a los trámites en el Juzgado, sino que ha jodido todo lo que ha podido con denuncias en el Ayuntamiento (falseando sin rubor los hechos) y acosos velados a algunos profesionales que trabajaban para mis amigos. Hará algo menos de dos años me pidieron que les preparara un informe pericial sobre la adecuación del proyecto (y de la licencia municipal) a la normativa urbanística. No sólo hice el informe, sino que, viendo su indefensión y desesperación, me implique con ellos, acompañándolos y asesorándolos en varias ocasiones; incluso frente al abogado que les había “tocado”, un tipo bastante arrogante que no terminaba de entender los argumentos técnicos que se discutían en la impugnación y que les aconsejaba ceder a varias de las exigencias del vecino para conseguir que retirara el recurso porque él era muy pesimista. A mí en cambio me pareció que mis amigos tenían toda la razón y que lo que estaban sufriendo era una flagrante injusticia. Ni que decir tiene que ambos estaban muy afectados en su moral, especialmente ella que acababa de salir de un cáncer de mama.

En fin, han sido dos años durante los cuales me ha tocado hacer no solo de profesional técnico sino también de “tranquilizador terapéutico” de la pareja y de cada uno de ellos por separado, viviendo situaciones curiosas ya que cada uno se abría ante mí, mostrando sus miedos, sus rabias, sus insatisfacciones más de lo que lo hacía con su compañero (tanto por no mostrar debilidad y debilitar al otro como porque a veces me contaban quejas respecto a la actitud del otro). Ha habido veces en que al sonar el teléfono y ver en la pantallita el nombre de alguno de ellos tenía, antes de responder, que recitar algún mantra que reforzara mi nunca suficiente paciencia. Durante este tiempo se ha culminado la fase de instrucción del procedimiento judicial (incluyendo la redacción y presentación de varios dictámenes y la testificación en sala) y también se ha acabado la obra (la vivienda ha quedado preciosa). La última puñetería ha sido una denuncia por daños al muro de contención (falso) que ha supuesto la injustificada paralización en la concesión de la licencia de primera ocupación, documento necesario para conseguir el agua y la luz y mudarse a vivir. Y es que mis amigos tienen la urgente necesidad de mudarse a vivir y dejar de pagar un alquiler que se las ha prolongado dos años más de sus cálculos iniciales.

Hace dos semanas, tras estudiar el expediente detalladamente con un compañero jurídico y comprobar que se cumplen todos los requisitos legales, llamé al Gerente de Urbanismo, a quien conozco y quien creo que me tiene cierto respeto (digamos que nos movemos en el mismo mundo profesional y que yo, aunque sin ningún cargo, llevo más tiempo que él y más “autoridad moral”), aunque no podría asegurar que sea trigo limpio. Le dije que mis amigos estaban ya hartos y que me habían pedido iniciar una denuncia contra los funcionarios y contra él por negligencia dolosa, reclamando al Ayuntamiento que les indemnicen por el dinero que están perdiendo; le dije que yo estaba procurando calmarles pero que si no obtenían una respuesta rápida no podría evitar que actuaran. Noté que se quedaba preocupado y a los tres días me llamó para que este viernes nos reunamos y encontremos una solución. Espero que de esta reunión salga el compromiso de darles de una vez la licencia.

Y hace un rato, mientras estaba repasando los datos para la reunión de pasado mañana, me llama mi amiga, exultante de alegría, para decirme que ha salido la sentencia. El recurso del aparejador se ha desestimado y, además, se le condena en costas (a que pague los gastos judiciales a mis amigos) lo que quiere decir que el juez ha apreciado temeridad y mala fe en la actuación de este individuo. Evidentemente, la sentencia favorable viene muy bien para las conversaciones con el Ayuntamiento. Pero, sobre todo, es un bálsamo que nos trae a todos (sobre todo a ellos) alegría y sensación de que, por fin, empieza a aparecer la justicia. Uno se siente muy bien cuando ocurren cosas así. Son premios que no se pueden pagar con dinero; es más, si se hubieran pagado con dinero, no darían tanta alegría.

Me apetecía contar esta historieta personal (aunque sea indirecta); espero que no me haya quedado demasiado aburrida. Añado, enlazando con un post reciente, que involucrarse en este tipo de actuaciones, además de la alegría produce orgullo; y este orgullo sí que me parece legítimo, mucho más que el de haber nacido en determinado lugar.

PS: La canción siguiente, Justice, la he elegido por su título, aunque la letra es bastante cínica y deprimente y no se corresponde para nada con el esperanzador ejemplo que cuento en este post. En todo caso, me gusta la canción que pertenece a la banda sonora (toda ella de Alan Price) de O Lucky Man, una peli curiosa de principios de los setenta, con un jovencito Malcom McDowell (es muy poco posterior a la más famosa Naranja Mecánica).


CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

martes, 16 de octubre de 2007

Incongruencias (yo me entiendo)


Querer y no poder; qué va, para nada.
No poder querer; esa es la verdadera impotencia.

Lo presintió, entre los pálpitos nerviosos del insomnio, como se presiente al deprededador que acecha.

Intuyó entonces que esa era la puerta que en él había elegido la muerte. La muerte era la disolución, voluntad fracasada.

Entretanto ... Rebelarse; ¿hay acaso alternativa?


Y meando hacia otro tiesto (fuera o dentro es lo mismo), sólo llegue a ver el final del tonto programa televisivo "tengo una pregunta para usted". Carod Rovira se queja en dos o tres ocasiones de que le llamen José Luis; mi nombre es Josep Lluis, dice. Una señora, castellana de sesenta y pico, le dice que ella no sabe catalán y que no tiene ningún interés en esa lengua. Carod aprovecha y hace ver que es justamente esa actitud de rechazo la que provoca en los catalanes incomodidad para estar en España. España como proyecto multinacional ha fracasado, dice; por eso no soy nacionalista, soy independentista. Naturalmente, está arrimando el ascua a su sardina; no obstante, hay mucho de verdad en su diagnóstico de las actitudes de muchos no catalanes hacia Cataluña. También la hay en su denuncia de que no se habla del nacionalismo español (implícitamente lo definió como la concepción homogeneizadora del Estado desde el centralismo castellano). Sé que no es toda la verdad, pero me basta para que, como no catalán, me cuestione cuanto participo de ese "rechazo" a lo catalán. Conscientemente no, desde luego; pero es evidente que lo he mamado en mi cultura y de ello me quedan, sobre todo, carencias que debería tener cubiertas. En fin, es triste que casi nadie, fuera del ámbito cultural catalán, tenga interés en la lengua, la historia, la cultura catalanas. No vendría nada mal catalanizar un fisco las tierras de la Corona de Castilla.

Nada que ver con el caso vasco; a ver si recupero aquel ensayo sobre la importancia de los vascos (vizcainos, se les decía de forma genérica) en la conformación del estado castellano durante la Edad Moderna.


Y, por último, vamos a dejar que se disuelva lo que tiene que resbalar e irse, para dejarnos sentir lo que debe sentirse, ¿Vale?



Todas las imágenes son pinturas de Edvard Munch (1863-1944)
CATEGORÍA: Política y Sociedad

lunes, 15 de octubre de 2007

Pasividad ciudadana

En esta última semana, entre conversaciones “presenciales” y lecturas de blogs, me he topado repetidamente con personas que manifestaban su hartazgo de la política (no todos españoles; unos cuantos argentinos, quienes en breve tienen elecciones generales). La mayoría de ellos, además, concebía la política como algo lejano y ajeno a sus vidas reales. Por ejemplo, a propósito del video de Rajoy con motivo de la “fiesta nacional”, he oído y encontrado comentarios de todos tipo, tanto en contra como a favor. Entre los primeros era frecuente rechazar ese lenguaje grandilocuente, maniqueo y artificioso en el que el PP parece empeñado en meternos; tan cargado de símbolos y de grandes valores que (en mi opinión) no son más que humo. Los segundos, en cambio, suelen apuntarse con entusiasmo a esas proclamas como si les fuera en ello la vida, como si de verdad su misma existencia se justificara gracias a su españolidad (o vasquidad o catalanidad o …). La participación de la población en el debate político se convierte pues necesariamente en una olla de grillos, un hervidero de insultos, demagogias y tópicos. Naturalmente, no hay de verdad debate público ni participación democrática. Pero es que tampoco hace falta que los haya porque no hay ninguna decisión que adoptar; se trata simplemente de la escenificación del juego bochornoso que se ha dado en llamar política, en el que los borregos (perdón, los ciudadanos) son instrumentados como meros comparsas gritones de gallinero.

Tanta insistencia sobre orgullos patrióticos para lo que sirve (y no es moco de pavo) es para desviar la atención pública del verdadero ámbito de la política que habría de ser el de la toma de decisiones. (Hago un paréntesis para recordar la famosa cita de Samuel Jonson: el patriotismo es el último refugio de los miserables). Porque lo cierto es que los profesionales de la política no quieren ciudadanos sino borregos (por supuesto, estoy generalizando). Muchos de ellos, que ha hecho del ejercicio de la política su único (y rentable) modus vivendi, conciben la democracia como el sistema mediante el cual cada cuatro años una masa de electores “designa” a sus representantes, dándoles un cheque en blanco para que hagan (en su nombre) lo que crean conveniente hasta las próximas elecciones. Durante ese tiempo, quienes están en el poder hacen, efectivamente, lo que creen conveniente (con mejor o peor “buena fe”) y, tanto ellos como los que están en la oposición, dicen que hacen lo que creen conveniente para que en las siguientes elecciones mantengan o alcancen el poder. Ambos, gobierno y oposición, se cuidan muy mucho de que los temas objeto de “debate” sean muy de altos vuelos, muy de profundos discursos ideológicos (que en realidad son demagógicos), despreciando los asuntos que afectan e interesan a los ciudadanos. Ciertamente, ni al gobierno ni a la oposición le conviene que los ciudadanos se planteen exigir mayores opciones de participación en la toma de decisiones o, por ejemplo, mecanismos de control y consiguiente castigo a los mentirosos (que, en tanto nuestros representantes, están incumpliendo un acuerdo tácito).

Pero es muy cómodo y tranquilizador echar la culpa a los políticos y no mirarnos la viga en el ojo. Porque los políticos profesionales son como son porque les dejamos, porque “pasamos” de la política. Y no es que pasemos en los asuntos ideológicos de alta política, sino en los más implicados con nuestra vida cotidiana y los resultados son desastrosos. Pensemos en la política municipal. ¿Somos conscientes de la cantidad de cosas que decide un Ayuntamiento? Me atrevería a decir que bastante más de la mitad de lo que afecta a nuestro vivir habitual. Paso al tema al que me dedico: el urbanismo. Son asuntos propios del urbanismo la forma de nuestras ciudades: los tipos de edificaciones que se pueden construir (alturas, separación a las calles, composición estética), las dimensiones y características de las calles (carriles, aparcamientos, aceras, tipos de tráfico) así como de los espacios libres públicos (parques, jardines). Por supuesto, compete al urbanismo prever y garantizar la disposición de los equipamientos y servicios necesarios para cubrir las demandas de la población residente, de acuerdo con los estándares de calidad de vida que la sociedad va asumiendo. También es función del urbanismo regular los usos admisibles en cada parte de la ciudad así como establecer las condiciones que deben cumplir al implantarse para lograr un entorno habitable. Basten estos brochazos rápidos para que se entienda sobre lo que estoy hablando.

Pues bien, puede que yo sea un bicho raro pero que mi entorno urbano sea agradable y habitable me preocupa e interesa más que medirme el orgullo que siento por ser español. Estoy seguro de que cualquiera puede identificar varios ejemplos de su entorno próximo que, perteneciendo al ámbito disciplinar del urbanismo, le afectan cotidianamente. Y, sin embargo, ¿qué hacemos salvo quejarnos en el bar y poner a caldo al alcalde de turno? Lamentablemente, en la mayoría de los municipios españoles, nada o casi nada. Durante la década de los setenta (tanto en la agonía del franquismo como en la primera transición), las asociaciones de vecinos fueron las instancias desde las que se planteó la revolucionaria (entonces) reivindicación al derecho a la ciudad. Se quería que la ciudad fuera para sus habitantes y no un mero tablero de un juego (de monopoly, para ser precisos) consistente en que otros ganaran dinero a costa de aquéllos. Las dos mayores ciudades de este país, durante esa etapa, marcaron, cada una con su estilo, políticas decididas (siempre desde ayuntamientos de izquierdas) de recuperación de la ciudad, poniendo especial atención a los servicios públicos y a los equipamientos de escala local, de barrio. Conozco bien lo que ocurrió en Madrid y algo menos el caso de Barcelona; a remolque de ambas, fueron muchos otros municipios los que vivieron un florecimiento de la actividad urbanística con notable protagonismo de la participación vecinal. El urbanismo fue durante unos años lo que (legalmente) es: la actividad pública de hacer la ciudad desde y para los intereses públicos.

Evidentemente (no seamos ingenuos) la ciudad no dejó de ser nunca un tablero de monopoly, ni siquiera cuando los intereses públicos, reivindicados desde activas asociaciones ciudadanas, eran factores a tener en cuenta en el juego. Pero poco a poco, a la chita callando, esos factores se han ido arrinconando y hoy volvemos a ver el tablero desnudo y la ciudad (y el territorio) concebidos casi únicamente como soporte y objeto de la actividad económica. Esta transformación (retro-recuperación) del discurso urbanístico se ha ido produciendo, muy especialmente durante los noventa, desde varios frentes. Por supuesto, ha habido un sustentador ideológico que afecta a casi todo y que se ha venido en llamar la sacralización liberal del mercado. A su amparo, hemos asistido a rollitos académicos sobre planes estratégicos, la competitividad de las ciudades, etc … traducidos en actuaciones megalomaníacas de infraestructuras y equipamientos “de marca” para “colocar” a la respectiva ciudad en el “mercado globalizado”. En fin, no voy a enrollarme demasiado sobre esto, aunque es un tema que debo trabajar con vistas a un curso en el que me han pringado.

Digamos como resumen que, actualmente, la mayoría de los políticos municipales conciben sus ciudades principalmente como la más importante materia prima con que cuentan para generar actividad económica. No es el espacio para vivir, sino el espacio para generar economía. Muchos de estos munícipes creen de buena fe que ese es el único camino que tienen y que su función para propiciar el bienestar de sus conciudadanos es orientar sus políticas de gobierno a facilitar el desenvolvimiento de las empresas inmobiliarias (algunos, lo crean o no de buena de fe, aprovechan para meter la mano). En este marco, el urbanismo se traduce en planes que no son sino meras “reglas de juego”, poco ambiciosas en cuanto a intentar recuperar plusvalías para la comunidad. Pero, sobre todo, los planes renuncian casi siempre a “diseñar” el espacio urbano, a resolver cuidadosa y detalladamente las necesidades, a mejorar la habitabilidad de las ciudades.

Es sintomático que, por más que la participación pública es un requisito que todas las leyes autonómicas exigen en la tramitación de los planes, ésta cada vez ha ido convirtiéndose más en un trámite vacío, con la complacencia de los políticos y, obviamente, de los operadores inmobiliarios. Los ciudadanos, los residentes, sea por aburrimiento, desmoralización o qué sé yo, han ido apartándose del urbanismo, dejando con su abstención en manos de los intereses económicos la toma de decisiones. Se ha llegado al punto de que nos cuesta entender que alguien se esfuerce por algo cuya consecución no le reporta beneficios económicos. La ciudad, la polis, ha dejado con nuestro permiso de ser el espacio de lo público y ese es un primer paso para que deje de ser el espacio de la libertad.

Nos gusta demasiado echar la culpa a los políticos, pero los políticos que tenemos son los que nos merecemos desde nuestro individualismo egoísta y, sobre todo, estúpido. Porque hay que ser estúpidamente miope para no darnos cuenta de que con estas renuncias comodonas a ejercer nuestro derecho a que se nos tenga en cuenta estamos cavando nuestra propia tumba, salvo que nos dediquemos al negocio inmobiliario y tengamos ya elegidos los próximos destinos a saquear una vez quemados los nuestros (ya está ocurriendo). Tendríamos que ser capaces de movilizarnos por las pequeñas cosas de nuestros barrios, defender nuestro derecho a un entorno habitable y, para ello, a que se construya contando con nosotros. Piense cada uno en el ejemplo que tenga más cercano y respecto al que no ha hecho nada. ¿Acaso no habría merecido la pena juntarse con otros vecinos y, con constancia e inteligencia, haber peleado para que hubiese sido de otra forma? Quizá entonces pudiéramos sentirnos orgullosos, no de ser español, sino de hacer algo para mejorar nuestra convivencia, para hacer más habitable nuestro entorno.

En medio de nuestra apatía generalizada y culpable, uno no deja de alegrarse esperanzado cuando descubre iniciativas materialmente pequeñas pero inmensas simbólicamente. Este fin de semana he conocido la lucha de unos vecinos del barrio de Sant Gervasi en Barcelona por salvar la vida a un precioso árbol bicentenario de sonoro nombre de origen árabe: azufaifo. Este árbol estaba en el jardín trasero de una casa unifamiliar que ha sido demolida para construir algo más rentable (y sin duda más feo). Los vecinos se movilizaron iniciando una campaña para que el árbol (de muy alto valor botánico) siga ahí y que el solar se convierta en una placeta para el barrio (que anda escaso de espacios libres públicos). Cuenta esta batalla ciudadana en su blog Isabel Núñez, la mujer que ha puesto en pie esta acción comunal; recomiendo la lectura de esos posts que te hacen vivir los esfuerzos de varios meses, las preocupaciones y sinsabores, las alegrías y las decepciones … Lo están haciendo muy bien y, aun así, no pueden cantar victoria todavía. Me gustaría que tuvieran éxito y que el azufaifo sobreviviese porque, sin duda, esa es la mejor opción para mejorar la ciudad, para hacerla más habitable. Pero, sobre todo, me gustaría que tuvieran éxito por el significado que tendría, por el “precedente” (justamente por la misma razón por la que parece que los munícipes se resisten a concederles lo que reclaman).

Actuaciones como la de Isabel y sus vecinos deberían difundirse y servirnos a todos de ejemplo. Actuar así es recuperar la ciudadanía, es ejercer de ciudadanos despojándonos del papel de borregos que están empeñados en adjudicarnos nuestros gobernantes y que, tristemente, parecemos complacidos en adoptar. En su blog (no por casualidad llamado polis) Isabel se queja frecuentemente de lo mal que está Barcelona, de cómo se ha convertido en ese tablero de monopoly al que antes me refería. Y sin embargo, quienes no vivimos en Barcelona y conocemos otras realidades urbanísticas, no podemos sino envidiar esa ciudad. Comprendo que Isabel está rememorando su ciudad de hace veinte años; aun así, si Barcelona ha caído hasta donde ha caído, imagínense dónde están las que nunca llegaron tan alto. Pero, claro, mal de muchos … Acabo con lo que importa: actuemos en nuestro entorno inmediato, contribuyamos a recuperar el interés por lo público, dignifiquemos la política negándole nuestra complicidad abstencionista. En fin, odio el panfletarismo; pido perdón y hago el correspondiente propósito de enmienda.

Fotografía de Rafa Zaragoza, "robada" del blog de Isabel Núñez.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

domingo, 14 de octubre de 2007

La pasión según J. Winterson

Acabo de leer este libro, una novela corta, la historia de dos jóvenes en la época napoleónica contada por sus voces: Henri, un chico francés enrolado como cocinero de Bonaparte en el ejército imperial; Villanelle, una bellísima pelirroja veneciana que es capaz, que necesita, dar su corazón (así, literalmente). Escrita en 1987 por Jeanette Winterson y editada en castellano al año siguiente por Edhasa, ha sido recientemente reeditada por Lumen. El libro lo compré atendiendo a la entusiasta recomendación de Maritornes en su blog (“ejemplo perfecto de novela perfecta, redonda, correcta, justa”). Los entusiasmos son emociones muy personales; la calidad, en cambio, es más objetivable. Me ha gustado la novela; no sería el libro que, como Maritornes, me llevaría a una isla desierta, pero me ha gustado y me ha dado varias frases para reflexionar. En todo caso, está muy bien escrito.

Nunca hasta ahora había leído nada de Winterson, ni siquiera la conocía. Esta mañana he indagado sobre ella: una mujer interesante. Tiene mi edad (unos días menos). La pasión la escribió con 28 años; me pregunto si hoy la escribiría igual. Conseguiré obras más recientes para fijarme en la evolución del lenguaje y de las ideas. Porque uno se cree que las ideas sobre el amor, la vida, la libertad, sobre todos esos conceptos abstractos y concretos a la vez a los que damos tanta importancia, a los que necesitamos para contarnos (¿explicarnos, justificarnos?) nuestras vidas y sus sentidos … Todas esas ideas que aparecen en el libro en forma de frases perfectas (demasiado perfectas, quizás) dichas por dos chicos jóvenes … Porque los vemos siempre jóvenes y bellos (muy jóvenes y bellos), por más que la acción novelada se extienda durante al menos diez años (y eso sin contar el tiempo indefinido del manicomio prisión) y, por tanto, debieran dejar de ser tan jóvenes … Esas ideas, expresadas como aforismos (Napoleón habla mediante aforismos, dice Henri; ¿emulación?), en bocas tan jóvenes: ¿sabiduría, arrogancia? … Porque uno se cree que esas son las ideas de la autora, uno se cree que sus personajes son siempre ella misma.

Comprendo bien el magnetismo de las frases redondas, cerradas. Tiene que ver, creo, con el ansia de certidumbre, como la pasión (Sartre dixit). Para ser justos, la perfección circular de muchas de las frases es a veces aparente; hay sutiles cesuras que abren espacios a las dudas y, con ellas, al desarrollo creativo: el círculo puede hacerse espiral. Al fin y al cabo, así deben leerse los aforismos: hipótesis teorizadas desde la experiencia para confrontarlas con la nuestra y cuestionarlas. La fuerza creativa (¿catártica?) del aforismo radica quizá en su potencia provocadora. En ese sentido, la novela de Winterson es fecunda en frases que subrayar, en frases con las que enfrentarnos. Van a continuación algunas de ellas.

Quizá todo idilio es así; no un contrato en igualdad entre dos partes sino una explosión de sueños y deseos que no pueden encontrar salida en la vida cotidiana. (pag. 26)
Idilio es la relación entre enamorados. Me gusta la definición de Henri (la hace refiriéndose al pueblo francés enamorado de Bonaparte pero, naturalmente, vale para dos personas). ¿Serían pues incompatibles idilio y vida cotidiana? ¿No cabe el enamoramiento en una relación amorosa que da salida en la vida cotidiana a los sueños y deseos? Pero, ¿es posible que los sueños y deseos encuentren cabida en la vida cotidiana? Entonces, lograr una relación amorosa “cotidiana”, ¿exige renunciar a los sueños y deseos, aprender a sofocar sus explosiones? Nos negamos a aceptarlo … ¿verdad?

Es algo que está entre el miedo y el sexo. Pasión, supongo. (pag. 83)
La pasión está en algún lugar entre el miedo y el sexo. La pasión no es tanto una emoción como un destino. (pag. 92) En algún lugar entre el pantano y las montañas, entre el miedo y el sexo, entre Dios y el Diablo está la pasión y el modo de llegar a ella es súbito, y el regreso es peor. (pag. 100)
¿Entre el miedo y el sexo? ¿Cómo debemos entender la preposición? Quizá miedo y sexo sean dos de ingredientes de la pasión (como el pantano y las montañas, como Dios y el Diablo). Y no es una emoción, de acuerdo; pero no, no es un destino. Claro que yo no creo en los destinos. La entrada a la pasión es súbita, por supuesto; ha de ser un ataque por sorpresa. ¿La salida es peor? Depende; dolorosa siempre, pero ¿peor?

Cuando se está ante la muerte, deja de tener sentido la pasión por la vida; hay que abandonar esa pasión. Solo así se puede sobrevivir. (pag. 118)
¿Será verdad? Yo habría dicho (pero nunca he estado, con tiempo y consciencia suficientes, ante la muerte) que la pasión por la vida puede ayudar a sobrevivir. No lo sé, pero lo que si sé, porque lo he vivido, es que cuando se es consciente de haber sobrevivido entonces sí se necesita de la pasión. Como si la pasión fuera la que va a ahogar al miedo a la muerte.

Yo no sabía lo que es el odio que sigue al amor. Es inmenso y desesperado, y arde en deseos de comprobar que se equivoca. Y cada día que comprueba que tiene fundamento se vuelve un poco más monstruoso. Si el amor era apasionado, el odio será obsesivo. Una necesidad de ver débil y acobardada a la persona a la que se amaba, de verla incluso indigna de piedad. Es un odio que está cerca de la repugnancia y lejos de la dignidad. Y no solo se odia a la persona que un día fue amada, sino a uno mismo por haber sido capaz de amarla alguna vez. (pag 115)
Qué pena el amor transfigurado en odio y, sin embargo, cuántos casos conozco. No creo haber llegado yo a tanto; desde luego no como sujeto, pero dudo que incluso como objeto. A lo peor no me han amado tanto o a lo mejor no me han amado así (y amar así, lo siento, pero para mí es amar mal). Sí he vivido los esfuerzos del desamor por justificarse, queriendo hacer del ex amante un enemigo, el agente de la infelicidad del que quiere odiarle. Ya hablé una vez de ese proceso. En el fondo, como dice Henri en la novela (más incluso de cómo él lo dice), esos odios o meros rencores que quieren gestar odios son siempre hacia uno mismo. Pero es difícil (y doloroso) mirarse hacia dentro. Y además está el orgullo. En fin, por fortuna, el final del amor no tiene por qué llevar al odio (a lo mejor cabe otro tipo de amor).

Digo que estoy enamorado de ella. ¿Qué significa? Significa que veo mi futuro y mi pasado a la luz de este sentimiento. Es como si escribiera en una lengua extranjera que, por arte de magia, de pronto fuera capaz de comprender. Sin palabras, ella me revela mi propio ser. Igual que los genios, ignora lo que hace. (pag 128). Ella me mostró la diferencia entre inventar un amor y enamorarse. Lo uno se refiere a ti, lo otro a otra persona. (pag. 215)
El amor como clave para el conocimiento personal. Sí, puede ser. Pero cuidado, para nada lo que solemos llamar enamoramiento; a este respecto la segunda cita, ya al final de la novela. Henri distingue entre inventar un amor y enamorarse. Comparto su explicación de la diferencia; pero démonos cuenta de que en nuestro hablar habitual llamamos enamoramiento a lo que en realidad es inventar un amor y, sin embargo, creemos que tiene la acepción que le da Henri. Por eso, de momento, prefiero usar enamoramiento y amor: lo uno se refiere a ti, lo otro a otra persona.

Odia por odiar. Hay gente así, gente que lo tiene todo, dinero, poder sexo. Como lo tienen todo, hacen apuestas más complicadas que el resto de los mortales. (pag. 191)
Ese odio del que habla Villanelle es el ejercicio del mal. Es el odio del malvado, del que “no se exalta ya por nada”. El mal banal, del que habló Hannah Arendt (a propósito del juicio a Eichmann en Jerusalén). No sólo hay esta clase de mal, claro; éste, simplemente, es el que nos parece más difícil de entender. Por si acaso, guardémonos de tenerlo todo.

Ahora pienso que ser libre no consiste en ser poderoso o rico, estar bien considerado o carecer de obligaciones, sino en ser capaz de amar. Ser libre significa amar a otro lo suficiente para olvidarte de ti mismo aunque solo sea un instante. Los místicos hablan de desprenderse de este cuerpo y sus deseos, de dejar de ser esclavos de la carne. Lo que no dicen es que nos liberamos a través de la carne, que nuestro deseo de otro nos transporta fuera de nosotros mismos más limpiamente que todo lo divino. (pag. 211)
Ser libre consiste en ser capaz de amar: de acuerdo. Aunque me parece más correcto decir que sólo se es capaz de amar siendo libre. Pero siempre el peligro de los términos tan manidos; habría que ser muy estricto con el uso de amar para que la frase signifique algo (y por más que nos esforcemos, pocas probabilidades hay de éxito). A continuación, de nuevo el pleonasmo: ser libre, amar, olvidarse de sí mismo. Pues claro. No obstante, ¿es acaso posible ser libre, amar, olvidarse de si mismo por más que algunos instantes? Y sin embargo, por ahí se alcanza la paz. Última idea: el sexo como vehículo de liberación, catalizador del amor. Por supuesto; el buen sexo, claro está. ¿Será por eso que la Iglesia siempre lo ha estigmatizado tanto?

PS: Al final, este post me ha salido muy parecido al que hice hace más de año y medio sobre La mujer justa de Márai. No sé si esta canción es la más adecuada, pero se corresponde a mis reflexiones sobre la pasión de hace algo más de dos años (¿por qué me tendré que justificar todo?)


CATEGORÍA: Literaturas

viernes, 12 de octubre de 2007

Estoy orgulloso de ser chipuno

A propósito del afortunado y oportuno video de Rajoy (sí, ese tan en plan Jefe de Estado) he podido leer varios escritos interesantes. El caso es que me han entrado ganas de escribir un texto largo y profundo en plan manifiesto personal antinacionalista, en el que justificaría los que son mis ideales sobre la organización política de los humanos, y en el que desde un plano teórico-utopico descendería hasta posicionarme frente a la coyuntura a la que nos toca asistir en estos lustros. Por supuesto, ya sé que a quien cae por este blog no le tiene que importar para nada mis opiniones políticas (por más que mi secreta ilusión sea convertirme en un líder ideológico) y que es hasta de mala educación soltar rollos del calibre del que me imagino (por más que luego, muy diplomáticamente, me llamen sesudo). Pero no son esas consideraciones las que de verdad motivan la ausencia del apetecido (por mí) tostonazo, sino simplemente el que para escribirlo necesitaría tiempo y calma, factores ambos de los que no ando excesivamente sobrado en estos días. Me guardo pues las ganas para momentos más propicios. Entre tanto, para dar una pista acerca de por dónde van mis tiros en cuanto a orgullos y amores patrios (y en vez de patria, dígase España, Euskadi, Catalunya, Chipunia o el cantón de Cartagena) recomiendo el post de Lukre, con quien coincido plenamente.

No obstante, me quedo con ganas de hacer un post de homenaje a don Mariano, ese diamante en bruto de nuestra democracia. Se me ocurrió convertir el discurso en un diálogo, erigiéndome en su contrincante dialéctico para desmontarle sus manidos tópicos. Luego pensé abordar un exhaustivo análisis semántico, destripando las connotaciones de esas frases con cierto tufillo rancio. Pero ambas opciones están ya muy manidas, incluso por mí en este blog. Así que al final me he decidido por ampliarle el discurso, prolongarle el tono y las ideas para que se haga explícito lo que no termina de decir; prolongar también (alguno lo llamará exagerar o caricaturizar) el tono literario para pasar del tufillo al hedor descarado. Naturalmente, no es más que un experimento humorístico; espero que nadie se lo tome a mal (tampoco usted, señor Acebes que sé que me visita asiduamente). Y siempre en esta respetuosa humorada, quise ensayar que tal se me daba el oficio de discurseador institucional. No sé, no quedo muy convencido: quizás esté algo acatarrado.
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Pasado mañana, doce de octubre, los españoles celebramos nuestra fiesta nacional. Mi deseo es que este año, por razones que todo el mundo conoce, los españoles celebremos de manera especial esta fiesta.
Todas las razones se deben a que hay quienes se empeñan en romper España, ante la complaciente y cómplice pasividad del desGobierno que padecemos.

Porque somos una nación y queremos celebrarlo. Y dejar constancia de que nos alegramos.
Ser una nación es, claro está, motivo de alegría; cuanta más nación seamos, más alegres nos sentiremos. Nos entristecen, por el contrario, todas esas acciones que nos hacen menos nación o que lo pretenden. Los hombres y las mujeres deseamos estar alegres. Por eso, quienes no se alegran al constatar que somos una nación, quienes no se entristecen ante los intentos de desnacionalizarnos, no son parte de esta nación. Qué se vayan, pero que dejen intacta nuestra nación, a salvo de ellos.

Por eso vamos a honrar y a exhibir el símbolo que, con la Corona, mejor nos representa en todo el mundo: la bandera que aprobamos en 1978, la que exhiben nuestros deportistas con orgullo, la que cubre el féretro de nuestros soldados, la que saludan con respeto todos los Jefes de Estado que nos visitan; el símbolo de España, el símbolo de la nación libre y democrática que formamos más de cuarenta millones de españoles.
Dos símbolos tiene España por encima de todos (por encima incluso del catalocismo tan íntimamente ligado a nuestras esencias), dos señas de nuestra identidad, de lo que nos une y nos define, de lo que es motivo de nuestra alegría: la Corona y la bandera rojigualda. Ambos dos (o sea, el par) representan inequívocamente la libertad y la democracia. Otro régimen (una república) u otra bandera (la tricolor con una banda morada) son el antisímbolo de España, que no puede sino traernos la tristeza de la sumisión y la dictadura.

La bandera de todos, porque en ella estamos todos representados.
Todos los españoles, claro. Porque los que no están no son españoles (pero no por ello dejaremos de ser una nación de más de cuarenta millones de españoles).

Yo estoy orgulloso de ser español.
Ser español, como dijo ese gran prócer, es una de las pocas cosas serias que se puede ser en esta vida. Ser español es sentir la unidad de destino en lo universal, asumir la responsabilidad sagrada que nos impone nuestra gloriosa historia. Yo estoy orgulloso, porque me lo he currado, porque ser español cuesta, no cualquiera puede serlo.

Sé que los españoles también lo están; y por eso pido a todos que, por encima de cualquier diferencia ideológica, el doce de octubre lo manifiesten con franqueza.
Porque las diferencias que puede haber entre quienes estamos orgullosos de ser español y quienes no lo están, entre quienes concebimos la nación como un valor eterno que nos trasciende y quienes la ven como una simple organización civil de convivencia, entre quienes apelamos a una relación pasional con España y los tibios que se enredan en las palabras … esas diferencias no son ideológicas, son fracturas ontológicas entre el ser y el no ser, entre los españoles y los que no lo son. Manifestémonos pues, españoles, con franqueza (o con sinceridad, los más jóvenes).

Y que hagan algún gesto que muestre lo que guardan en su corazón; en casa o en la calle, de forma individual o con la familia, o con los amigos … Para que todo el mundo sepa lo que los españoles sentimos por España; ¡y que sabemos proclamarlo! Sin aspavientos, pero con orgullo y con la cabeza bien alta.
Mírate, español, el corazón. ¿Sabes qué es eso que ahí tienes, eso que abundantemente te rebosa? Se llama amor patrio; es emoción al pensar en España, es orgullo al saberte su hijo, es indignación cuando la mancillan. Deja salir ese sentimiento que desde tu corazón inunda todo tu ser, proclámalo a los cuatro vientos, que se esparza por el aire que nos envuelve, que su hermosísimo aroma nos embriague en mística unión compartida y que se haga fecunda semilla para revitalizar a esta doliente piel de toro.

Y yo me adelanto ya y digo a todos los españoles: feliz día de la nación española, feliz fiesta nacional.
Y por más que quizás me adelante demasiado, ya puestos, aprovechando esta oportunidad que me brindan, también os digo: feliz Halloween (la nuestra es una España moderna y abierta al mundo) y feliz Navidad (en estas fiestas tan entrañables …)


CATEGORÍA: Política y Sociedad

miércoles, 10 de octubre de 2007

Almas y mariposas

Me entero el otro día de que en griego clásico ψυχη (psyché = psique) significa, además de alma (como es sobradamente conocido), mariposa. La Wiki da la siguiente explicación: psyché es la sustantivación del verbo ψυχω que significa soplar; por tanto, en su origen etimológico, el alma es el soplo o hálito que se escapa del hombre al morir. Bien, valga esta asociación semántica entre el alma y el soplo; ahora que también signifique mariposa porque, según Homero (¿?) la psique sale de la boca del muerto volando como una mariposa … Como que no me termina de cuadrar.

Sin embargo, se non vero, è ben trovato; porque el caso es que me viene el recuerdo del mito de los amores entre la bellísima Psique y Eros. Como es sabido, Eros, el enamorador, se enamora de la princesa Psique y, en vez de castigarla como querían las ansias vengativas de Afrodita, su madre, la hace su mujer. Ocurren varias incidencias muy en el rocambolesco estilo de la mitología griega, pero hay final feliz: Psique es perdonada y, tras beber de manos de Zeus la ambrosía de los Dioses, pasa a ser la esposa inmortal de Eros. Y yo me pregunto, ¿por qué Psique se llama así? ¿Acaso el mito pretende decirnos que la búsqueda del Amor es el mayor afán del Alma?

Si así fuera, habría diversas recetas derivadas de la narración mítica. Una, por ejemplo, que el alma alcanza la inmortalidad a través del amor; o, al menos, que sea como sea, es inmortal. Por supuesto, como corolario o premisa previa, lo que parece que es inmortal (más indubitablemente que el alma) es el propio amor: inmortal y divino. Otra, que el alma alcanza la plenitud viviendo en (con) el amor pero, al mismo tiempo, sin conocerlo del todo; en el mito, la curiosidad de Psique que le lleva a alumbrar a Eros para, contra sus deseos, descubrirle a su vista es la causa inicial de sus inmediatas desgracias. De esa escena también podríamos deducir, en plan algo pesimista, que el destino del alma es perder el amor cuando se ha conocido y pasarse la vida buscándolo … ¿para obtenerlo finalmente en la eternidad?

En todo caso, resulta bastante claro que el nombre propio de la princesa mitológica es posterior a la acepción de psyché como alma; por eso, aunque no me interesa demasiado elucubrar con los significados mitológicos, no parece aventurado suponer que la narración ilustra ideas de los griegos sobre el alma, el amor, la eternidad … Pero, ¿dónde están las mariposas? Pues encuentro por ahí, en distintas versiones, la noticia de que los griegos creían que ciertas mariposas que revoloteaban agitadamente en torno a la luz en las noches de verano no eran sino almas que habían recientemente abandonado cuerpos y que buscaban, como Psique, el amor perdido; o sea, la eternidad. Bonito, ¿verdad? Pero no logro confirmarlo en ninguna fuente fiable.

En cambio sí disponemos de numerosos ejemplos, desde tiempos bastante antiguos, de representaciones artísticas de Psique con alas de mariposa a la espalda. Baste esta escultura en mármol del siglo primero o segundo antes de Cristo o el mosaico del siglo I o II dC proveniente de Zeugma en Turquía que pego al final de este párrafo. He encontrado una página maravillosa que, justamente, recopila mogollón de imágenes de Eros y Psique. Repasándolas podemos comprobar que no siempre se ha representado a la muchacha con alitas de mariposa; aprecio que los renacentistas prescinden del aditamento dorsal, quizás para recalcar la naturaleza humana de Psique. En todo caso, más adelante vuelven a recuperarse las alas, siendo a mi juicio la muestra más lograda en este sentido (no estoy refiriéndome a la calidad artística) el óleo de Bouguereau de 1895 en el que Eros asciende en el aire llevando abrazada a Psique con cara de arrobamiento entre orgásmico y cursi, melena rubia y rizada a lo Lady Godiva y alitas de mariposa meramente testimoniales (como mucho le servirían para abanicarse). En fin, es curioso repasar tantos y tantos ejemplos del mito visto por el Arte. Sin mayores profundizaciones creo que podemos confirmar que sí, que había desde épocas clásicas una asociación entre las almas y las mariposas.

En apoyo de esta vinculación semántica, hallo diversas referencias a que Aristóteles, en su libro Historia de los animales (mediados del siglo IV aC), habla de las mariposas con el término psychaí. No obstante, de los datos que obtengo, me quedan dos dudas: primera si el término “anímico” alude a todas la mariposas o a un determinado grupo de ellas; segunda, si éste era el nombre común genérico o respondía a un uso metafórico, por más generalizado que estuviese. A favor de este último supuesto me inclina el que (leo) Aristóteles dice que “se les llama así” (a las mariposas). Puedo suponer, entonces, que en algún momento de la evolución de la lengua griega, pongamos en la época homérica (hacia el siglo VIII), se llamara al alma psyche y a la mariposa con otro término. A medida que la asociación mitológica entre los lepidópteros y el alma va afianzándose, podría haberse producido una traslación al lenguaje que, en tiempos de Aristóteles, estaría más o menos consolidada, incluso desplazando a la palabra originaria que designara a la mariposa. Pero no encuentro ninguna pista sobre cuál podría ser esa palabra griega específica para mariposa, anterior a su vinculación anímica. A lo mejor voy muy desencaminado y esa vinculación entre el alma y la mariposa es, entre los griegos, desde los albores de su lenguaje (y, por tanto, de su cultura).

Resulta que la mariposa es un animalito de fecunda simbología en casi todas las culturas y resulta también que entre sus muchos significados abunda el de representar el alma. Descubro que hay un artículo de Daniel Grustán, miembro fundador de la Sociedad Entomológica Aragonesa, publicado en el vigésimo Boletín de esta sociedad (1997) que trata sobre las creencias míticas y religiosas relacionadas con las mariposas. No puedo conseguir este artículo, pero picoteando por aquí y allá, selecciono varios datos que confirman que la asociación alma-mariposa se repite con suficiente frecuencia en diversos ámbitos culturales distantes en el espacio (y el tiempo), tanta como para estar tentado de creer en el “inconsciente colectivo” de Jung. Así, para los mayas, la mariposa simboliza el alma, pero también el amor (curioso, ¿verdad?) y el movimiento, el fuego, las flores ... Asociaciones equivalentes se daban en varias culturas de los cinco continentes, así que ... ¿aceptamos la explicación mítica sobre el origen del término griego para mariposa?

Pues vale, si nos hace felices; pero también podríamos mantener cierta dosis de escepticismo, porque, si buceamos en las ambiguas aguas de los simbolismos arcaicos, la mariposa no es el único animal que representa al alma y, de otra parte, la mariposa no sólo simboliza al alma. A propósito de esto último, dejo para un próximo post el catálogo (necesariamente incompleto) de los significados simbólicos (y no tanto) de la mariposa. De otra parte, llama la atención que en ninguna lengua occidental moderna, tan deudoras todas del griego clásico, el término mariposa se enraíce con psyché. Es que ni en griego moderno, idioma que denomina πεταλούδες (petaludas) a la mariposa. Suena a la palabra castellana pétalo y es que pétalo viene del griego y en griego se dice tal cual (πέταλο); ergo, los griegos modernos denominan a la mariposa también a partir de una traslación semántica, pero no proviniendo del alma, sino de las flores, a cuyos pétalos se asemejan las alas de estos insectos. Quizás menos mágico, pero no deja de ser poético ... ¿o he de decir cursi?

Tampoco deja de ser curioso que los términos con que en cada idioma se llama a las mariposas carezcan aparentemente de relación unos con otros. En latín se dice papilio (sustantivo de la tercera declinación) y las únicas lenguas romances que descubro que han seguido su ejemplo son el francés (papillon) y el catalán (papallona). En italiano es farfalla, que parece que resulta de sucesivos cruces entre varias palabras, una de ellas la originaria latina; siguiendo ese tortuoso devenir semántico intuyo que las mariposas italianas se asocian al palpitar (batir) de las alas y éstas, quizás, a las hojas de una planta larga y móvil (la fárfara). En portugués se dice borboleta, de sonido muy parecido a su equivalente gallega, volvoreta; ésta última (¿también la portuguesa?) proviene del volvere latino, una de cuyas acepciones en “dar volteretas”. Tiene su lógica que el nombre del bichito derive de su tan característico revolotear. En inglés a la mariposa (butterfly) la llaman “mosca de la mantequilla” o mejor “mantequilla que vuela”; ¿a qué obedece esta composición? En alemán es schemetterling que, según leo por ahí, tiene que ver con cantar, resonar (ni se me ocurre aventurar por dónde han encontrado la relación los germanos). Acabo este breve repaso constatando que mariposa en nahuatl se decía papalotl, de la que deriva papalote que es como llaman en México a la cometa que vuelan los niños; intrigante lo parecida que resulta a su equivalente latina.

Ante tanta heterogeneidad, llama la atención que todos los términos de las lenguas actuales sean “derivados” semánticos; como si la mariposa no tuviera nombre propio sino lo adoptara por referencia a diversas realidades a las que se asemeja (o así se les antojó a quienes en su momento la bautizaran). En nuestra lengua, dice el DRAE, se trata de palabra compuesta mediante la suma del apócope de María y la segunda persona del singular del imperativo de posar. Este origen viene avalado por Corominas que lo remonta a una fórmula usada en canciones y juegos infantiles presente también en el sardo y algunos dialectos franceses. Así, imagino que los niños medievales, al ver a una mariposa, cantarían a corro cancioncillas en las que ordenarían al lepidóptero que dejara de revolotear y se posase; pero ... ¿por qué la llamarían Mari? Descubro, sin embargo, otra explicación que me convence más y que parece que es la que propuso Covarrubias en su Tesoro (1611): mariposa vendría por deformación del latín “male pausat” porque “se assienta mal en la luz de la candela donde se quema”.

Así que … ¿en qué quedamos? Quizás no estaría mal volver a llamar almas a las mariposas y así maravillarnos ante esas danzas multicolores que abundan en primavera: ¡qué bellas las almas revoloteando! diríamos. Y quién sabe, a lo mejor sí que son almas en frenética búqueda … Sólo faltaría que pesaran 21 gramos; pero no, el rango de peso desde las mariposas más diminutas hasta las más grandes varía entre 3 miligramos y 3 gramos. Si Francis Crack tenía razón, entonces las mariposas no son almas; o quizás cada alma se fragmente en muchas mariposas. Lo consultaré con alguna psicóloga amiga; no en vano su titulación le acredita ser conocedora de las mariposas.

En fin, dejémoslo ya. Tengo el vicio (confesable) de que cuando algo, cualquier tontería, me aviva la atención (lo que ocurre con frecuencia) me disparato en un torbellino de asociaciones que me van enlazando de una cosa a otra, en un incesante revoloteo; sí, como una mariposa. Naturalmente, la red es el medio ideal para que este vicio se haga crónico. Enredado puede pasar uno horas y días; topándose a cada rato con hallazgos inesperados, sorpresas gozosas, espirales que a la vez se cierran y se abren. La mariposa resulta, sin duda, una buena metáfora, no ya sólo del alma (y de tantas otras cosas), sino de esta estrecha interconectividad que es una de las más llamativas características de nuestra realidad y, al menos para mí, fuente inagotable de asombro y diversión. Se me ocurre que la hipótesis de “los seis grados de separación” planteada respecto a las personas cabe perfectamente generalizarla para todos los seres, todos los entes, actuales o no, materiales o no, reales o no (aunque reales siempre serían, por definición ontológica). Uno empieza con la mariposa y puede llegar a cualquier cosa en muy poquitos pasos. Este post me ha quedado largo y no contiene más que una mínima parte de las cosas que me han ido llamando la atención en mis volteretas de dos tardes. Sí, ya sé, pareciera obligado referirse al efecto mariposa (¿cuándo encontraré una ocasión más adecuada?); pues no, no me apetece.

PS1: Me pongo a publicar estas chorradillas y, al buscar los enlaces, descubro que la Sociedad Entomológica Aragonesa permite la descarga en PDF de la mayoría de sus boletines, entre ellos el vigésimo, donde se contiene el artículo citado de Daniel Grustán (quien, por cierto, resulta ser una de las máximas autoridades españolas en lepidópteros). Me arriesgo a publicar sin leer el artículo (aunque lo haré enseguida) y aprovecho para felicitar a la SEA por colgar en la red tanta información de la que los profanos curiosos obtendremos buen provecho.

PS2: Para argumentar (por si fuera necesario) la fecundidad temática de las mariposas, no me resisto a transcribir un párrafo del artículo de Antonio Melic "De los jeroglificos a los tebeos: los artrópodos en la cultura", publicado en el boletín número 32 de la SEA:

"Una de las más insospechadas relaciones de la mariposa-alma es con el sexo y el semen. El nombre antiguo de ‘mariposa’ era phallaina, que viene de phallos, es decir, falo (Moret, 1997). Esta relación entre mariposa y falo queda patente en la vasija de la ilustración (fig. 36), en la que una mariposa revoltea bajo las gotas de semen de uno de los personajes. Y es que si la mariposa es un animal ansioso de vida ¿qué mejor líquido para ser libado? Su relación en la época minoica con la Gran Madre (y, por lo tanto, con la fertilidad) ratifica esta asociación. La condición de espectro o fantasma vincula a la mariposa con el lado oscuro y tenebroso más profundo de nuestra mente. Las mitologías germánicas son rotundas a este respecto. Sílfides, hadas, seres mágicos del bosque son entidades básicamente iguales a almas vagantes o en pena. Las Hadas, cuya ‘ecología’ tiene muchas similitudes con las de las mariposas nocturnas (Grustán, 1997), son consideradas en muchas culturas como las almas de niños muertos no bautizados o bien como ángeles neutros que no conocen el cielo pero no han hecho nada para merecer el infierno (fig. 37, 39)".

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