jueves, 31 de mayo de 2012

El casino que nos gobierna

Acabo de acabar el libro El casino que nos gobierna, de Juan Hernández Vigueras (en realidad su primer apellido es, según aparece en todas sus referencias, Hdez. pero como me resulta impronunciable lo sustituyo por otro distinto que probablemente no le gustará). El subtítulo reza "trampas y juegos financieros a lo claro" y me lo compré con la esperanza de que fuera verdad, a ver si lograba entender en qué consisten todos esos productos financieros que provocan orgasmos (y mucho dinero) en los adoradores del mercado y cuchilladas a traición en las economías domésticas –y no tanto– de la ciudadanía (nótese que excluyo a los jugadores del casino del conjunto de los ciudadanos).

La primera desagradable impresión que me deja, que se me fue instalando casi desde las primeras páginas y quedó sólidamente asentada al concluir las más de cuatrocientas, es que soy tonto o, por decirlo menos auto-ofensivamente, que mis limitaciones intelectuales me impiden comprender los mecanismos de funcionamiento de cosas con nombres tan esotéricos como repos, carry trade, hedge funds, exchange traded funds, short selling, derivados, credit default swaps, etc. Aclaro para que no consideren mi tontuna mayor de la que creo que es: "más o menos" he pillado de qué va cada uno de esos productos financieros, me he quedado con la música (bastante sincopada, inarmónica y desasosegante) pero de la letra de cada canción sólo he alcanzado a enterarme del sentido general porque los detalles de la trama me siguen resultando un galimatías indescifrable.

En defensa de mi autoestima quiero creer que parte de la culpa la tiene el propio autor del libro que opino que no ha sabido dotar a sus textos de la calidad didáctica que sería exigible si pretende que sus lectores (se supone que tipos con escasa formación económica) logren entender lo que cuenta. Según la solapa del libro, Juan Hdez. Vigueras es doctor en derecho y ha trabajado como directivo de gran empresa (no dice cuál o cuáles); además es miembro del consejo científico de Attac-España, movimiento con el que simpatizo. Doy por supuesto que sabe de lo que habla, pero le ha faltado explicar los mecanismos de funcionamiento de cada uno de los múltiples juegos de que dispones este enorme casino financiero. Es como si dijera "el blackjack consiste en ir repartiendo cartas y apostando a cada mano esperando conseguir veintiuna", pero sin explicarte lo que es una baraja, las interacciones entre los jugadores, la función del crupier y, mucho menos, los mecanismos (de probabilidades en este ejemplo) subyacentes en el juego. O sea, uno se entera de qué va, pero poco más.

El resultado es que, aunque comparta el mensaje de fondo (que vendría a ser que la hipertrofizada financiarización de la economía, aparte de ser escandalosamente inmoral, nos lleva a la catástrofe) y aprecie el esfuerzo del señor Vigueras por denunciarla, me quedo poco más o menos igual que antes de leer su libro. Y la cuestión es que tenía interés por comprender los cómos, que me desmenuzaran lo más didácticamente posible los detalles. Alguien pensará que es la mía una vana pretensión que, además, no me aportaría conocimientos relevantes para formarme una opinión más sólida sobre el desbarajuste que nos oprime y exprime. No estoy de acuerdo; creo que hay que esforzarse en entender los mecanismos sutiles y tramposos del sistema para estar en condiciones de contribuir, aunque sea mínimamente, a desmontarlos. (También es útil si quieres meterte a especulador, por cierto). La verdad está en los detalles, lo cual no significa que nos perdamos en ellos.

En fin, que no he encontrado en este libro lo que quería. Seguiré buscando. Aunque, como he dicho, simpatizo con el mensaje de fondo y la intención del autor, no puedo recomendarlo. Para colmo, la lectura se hace pesada (casi imposible durante los ratos previos al sueño cuando uno lleva una temporada de trabajo extenuante) sin que el esfuerzo de caminar entre la maleza se compense con satisfacciones intelectuales (de haber comprendido) al final de cada capítulo. En cualquier caso, de todo se obtienen beneficios y, si no respuestas, el libro me ha sugerido bastantes más interrogantes de los que ya tenía y abierto nuevos temas a mi curiosidad. Tal vez eso baste para que haya merecido la pena.

 
The very thing that makes you rich (makes me poor) - Ry Cooder (Bop till you drop, 1979)

lunes, 28 de mayo de 2012

Prince Albert Hunt (2)

De mí dirán que fui el precursor del western swing, aunque no haya usado esa expresión en mi corta vida y no es de extrañar, porque el término no se hará popular hasta dentro de unos meses, cuando el Duque y su banda saquen la que va a ser una canción de éxito y cambiará el jazz. En realidad, les diría yo si pudiera, no es más que una etiqueta para el negocio, para hacer respetable entre los blanquitos la música de los negros de los clubs del norte y, eso sí, montar grandes bandas que los entretengan en animados bailes y así se olvidan de la depresión. En el fondo, más o menos lo mismo hacíamos aquí los paletos del sur, verdad que menos pretencioso, sin tantas sofisticaciones como para poderlo llamar jazz. Al fin y al cabo, Ellington, Armstrong y los demás no son sino negratas sureños como tantos que he conocido, a los que les han puesto traje y corbata para que toquen en las Big Bands de Chicago y Nueva York; más jóvenes que yo y hasta se los han llevado de gira por Europa. Pues el western swing será la versión sureña y las Big Bands yanquis las llamarán en Texas y Oklahoma Western String Bands pero, ya digo, no me ha tocado llegar a verlo, aunque tampoco van a ser nada muy distinto de lo que hacía con mis Texas Ramblers: darle caña a los viejos temas sureños acelerando y amplificando las guitarras y violines. Eso sí, nosotros no éramos jazzmen sino que tocábamos country o música popular según otros. Alguna vez pensé en buscarme un trompetista para el grupo, pero Harmon me quitó la idea de la cabeza, ¿acaso no hacíamos lo que quería la gente? Así que digan que lo nuestro era country, aunque si a mí me pidieran una etiqueta (que maldita la falta que hacen) diría que era el blues lo que más había en nuestra música.
   
 
It don't mean a thing (if it ain't got that swing) - Duke Ellington (1932)
    
El blues, sí, por ejemplo mi Blues in a bottle, que vale, no lo compuse yo, pero desde mi grabación del 28 para la Okeh a ver quién me discute la autoría. Lo que hice fue, como luego dirían, crear un standard, algo así como el canon de los griegos, para que luego digan que los blanquitos no podemos interpretar el blues. Otros blanquitos, años más tarde, harán una versión que poco habrá de envidiar a la mía (habréis de esperar al 65, yo ya lo sé porque para los muertos no funciona el tiempo, todo es ahora, un poco lioso, sí, pero hasta que te acostumbras); me refiero a los Lovin' Spoonful, unos críos del Greenwich neoyorkino que no son malos pero que no sobrevivirán a los sesenta, esa década en la que tantos de los de mi generación serían reivindicados por los folkies activistas. Debería haber llegado vivo, maldito seas, William Douglas, me has robado mi derecho a la fama, a ser reverenciado por esos chiquillos que aún no han nacido, muchachas dulces de largos cabellos que me acariciarían melosas, mejor incluso que lo hacía tu mujer, capullo, que no supiste tratarla, que te despreciaba como te merecías, así te pudras en la cárcel. Es curioso que muerto y todo siga cabreado, pero me gusta, es mi carácter tejano, la herencia de los Hunt.
    
 
Blues in the bottle - The Lovin' Spoonful (Do you believe in magic? 1965)
    
Mi padre sí nació en Texas, en el condado de Kaufman, antes de que se fundara Terrell. Pero tampoco sus ancestros provienen del Estado de la estrella solitaria que, a fin de cuentas, se unió a la Federación apenas en tiempos de mis abuelos. En todo caso, la familia de Archibald Hunt III, mi viejo, desde las primeras épocas coloniales estaba asentada en los estados sureños, en Tennessee y las dos Carolinas, prácticamente todos. Igual que a mi madre la tildaban de india sin serlo, la fama de mi padre era su pura sangre irlandesa, de la que hasta él alardeaba, aunque para nada, que alguna vez rastreé mis orígenes y sólo encontré, muchas generaciones atrás, a un tal Carothers del condado de Donegal, quien a mediados del XVIII vino con su esposa escocesa a Tennessee. Así que vale, un poquillo de ascendencia celta me toca, pero demasiado diluida en la inglesa predominante y todas caldeadas por el ambiente sureño que, eso sí, de yanqui casi estoy seguro de no tener ni una gota. En todo caso, era un hombre de carácter mi viejo, que es lo que se dice de los tíos duros y propensos a arrebatos airados cuando se les lleva la contraria o las cosas no salen como las han previsto. Tenía que serlo, en esos tiempos y más en su ocupación, la chatarra, que no es mal negocio en una ciudad ferroviaria pero en el que abundan los aprovechados, dispuestos si te descuidas, a soplarte los márgenes. Pero mi viejo prosperó y la primera casucha de latas y madera se convirtió en otra de ladrillo y tejas, aunque los críos, los cuatro hermanos, siguiéramos prefiriendo las calles polvorientas del entorno de los almacenes.
  
Familia Hunt (fuente:ancestry.com)

Me viene a la memoria el viejo retrato familiar que estuvo tantos años enmarcada sobre la alacena. Fue el único que nos tomamos, ahora no recuerdo por qué motivo, sería hacia 1904, yo soy el niño más pequeño, desenfocado entre mis padres. El viejo Archie, que andaría mediada la cuarentena, una edad que no me han dejado alcanzar, con su bigotazo negro y sus ojos de alucinado, pero es que en esos tiempos nadie tenía práctica en el posado. Todos con las ropas más elegantes, las que llevábamos los domingos señalados a la primera iglesia baptista de Terrell, moda anticuada, sí, hasta ridícula me parece y, sin embargo, se me humedecen los ojos que no tengo. Sobre todo al ver a mi adorada  Geneva, al evocar su espléndida belleza; en la foto tendría unos trece años y sólo cuatro años después, con diecisiete recién cumplidos, la casarían con Jack Turner, un tipo malencarado que ocasionalmente trapicheaba con mi padre y se llevaba de juerga a John Wesley, mi hermano mayor. El cabrón de mi cuñado no era precisamente el marido que había soñado mi hermana, ninguna chiquilla del sur de esos años habría querido un tipo como Jack Turner, siempre de viaje, empleándose en los más variados curros y nunca durando más de unas semanas, bebiendo más de la cuenta y, eso sí, cumpliendo sus deberes conyugales con una puntería que mejor la habría empleado para volarse la tapa de los sesos. Once hijos le hizo y a cada parto mi hermana se iba marchitando. La última vez que la vi, apenas un par de meses antes de mi muerte, cuando tocamos en Wichita Falls que era donde había acabado tras no sé cuantas mudanzas, parecía una vieja y todavía no había llegado a los cuarenta; casi ni la reconozco pues nada quedaba de esa preciosa jovencita por la que tantos en Terrell suspiraban. En breve estará por estas negruras, otra muerte prematura que hará llorar de nuevo a mi pobre madre.
     
 
Blues in a bottle - Prince Albert Hunt's Texas Ramblers (1929?)

jueves, 24 de mayo de 2012

Prince Albert Hunt (1)

Deep Ellum, 1930 (imagen de Southern Spaces)
Yo tocaba el violín y era bueno, muy bueno. Noche de sábado y actuaba en el Confederate Hall, en el Deep Ellum de Dallas. Mala fama tenía ese barrio entre los tejanos de bien: muchos teatros y salas de bailes, casas de empeño y hoteluchos baratos, camellos de coca y echadores de cartas ... También demasiados negros, claro, y mujeres que sabían lo que querían y lo que uno necesitaba, sin pamplinas hipócritas. Peligroso, sí, así se cantaba en un popular blues de esos años: "si vas a Deep Elm, esconde la pasta en los calcetines, que las mujeres de Deep Elm se aprovechan de los hombres". Pero era donde más vivo te sentías y, además, la capital tejana del jazz y del blues. Aquí actuó hace unos meses la gran Bessie (no contaré lo que hubo entre nosotros, que a los mitos se les debe respeto) y en un par de años vendrá Robert Johnson, pero no podré conocerlo porque estoy muerto y es una puñetera lástima pues me habría encantado tocar con ese negrata que pareciera haber hecho un pacto con el diablo y al que Harmon Clem, el guitarrista que tantas veces me ha acompañado, no le llega a las pantorrillas. Una pena, sí, porque era yo bueno, muy bueno, y tenía cuerda para rato, habría llegado lejos, a Chicago seguro, y más allá.
  
 
Deep Elem blues - Grateful Dead (Reckoning, 1981)
    
¿Conocéis Terrell? No os habéis perdido nada. La ciudad, si así puede llamársela, se creó para aprovechar los beneficios del la vía férrea que iba a California. El nombre le viene de Robert Terrell, el viejo tío Bob lo llamaban, el que hizo el negocio: hacia los setenta del siglo pasado, compró cien acres de tierra en el condado de Kaufman y se los regaló a la Pacific a cambio de que colocaran una base ferroviaria. Interesante el tal Terrell, lo reconozco aunque no fuera mi tipo, ya sabéis, un caballero del Sur. En Tennessee había nacido, de familia dueña de plantaciones y abundantes esclavos, pero salió de culo inquieto y desde muy joven le gustó participar en cuantas aventuras se le ofrecían: caravanas de colonos hacia el oeste, expediciones de caza a las Rocosas, acompañó a Houston en la guerra para independizar Texas y luego fue de espía a México, y por supuesto luchó en el bando confederado durante la guerra civil. Cuando ya la edad no le permitía tanto ajetreo se metió a comerciante, a hacerse más rico de lo que era. De ese tipo le viene el nombre y el origen al lugar en que mi madre me echó al mundo.

1897 Dorris Dos-A-Dos Gasoline (aquí)
Mis viejos se instalaron en Terrell nada más casarse, supongo que a probar fortuna en esa ciudad que crecía al socaire del ferrocarril. Ahí nacimos los cuatro: John Wesley, Geneva, Corbin y el último yo. En esos primeros años vivirían la buena época del pueblo, los años de Ned Green, seguro que de ese sí habéis oído hablar, el hijo vividor de la bruja de Wall Street, bien que disfrutó ese yanqui entre nosotros, primero montando la Texas Midland Railroad y enseguida dedicándose a los negocios y a la política. Ahora, desde que heredó la inmensa fortuna de su madre, vive en el Norte, un gran potentado en su monumental mansión a orillas de alguna bahía de Massachusetts, pero todavía hace pocos años más de uno de los viejos parroquianos de los tugurios del Deep Ellum evocaba sus juergas en Dallas. Mi padre conoció al gran hombre, lo vio en su famoso automóvil, el primero que aparecía por el Estado, con el que viajó de Terrell a Dallas. Eso ocurría en 1899 y el coche, un dos cilindros a gasolina, se lo había comprado Green a George Dorris, el propietario de la entonces recién fundada St. Louis Motor Carriage Company, soltándole a tocateja más de 1.200 dólares, una pasta que la mayoría de los tejanos no ganaba en todo un año. Dicen que el coche alcanzaba los veinticinco kilómetros por hora, demasiado para la bacheada Highway 80 de aquellos años, transitada sólo por carretas de granjeros tiradas por mulas; contra una de ellas casi se empotra, ya llegando a Dallas, y para evitarla giró bruscamente volcando en la cuneta. El primer automóvil en el Estado y el primer accidente, tiene su gracia.

Manasa Emma Lee Skates (ancestry.com)
Me acuerdo ahora, en esta oscuridad vacía, de mi madre. Pobre, ha perdido a su pequeño, el mimado, el que siempre había alegrado la casa. Tan doloroso es perder un hijo que no hay palabra para nombrarlo; huérfana de mí se ha quedado Manasa Emma Lee Skates, a quien tanto quería aunque venga a darme cuenta tan tarde. Era bella mi madre, alta y espigada, pómulos marcados, ojos ligeramente rasgados, labios finos y ese pelo negro brillante, tan sedoso, siempre recogido en la nuca. La veo sentada en su sillón de mimbre, algún verano luminoso de mi primera infancia, yo, un crío travieso, arrobado a sus pies, contemplando extático cómo peinaba, con tan delicada morosidad, su larguísima melena. Pasado un largo rato de espera me alzaba a su regazo y dejaba que sus cabellos me cubriesen, me acariciasen la cara, se resbalasen entre mis dedos. Fueron mis primeros anticipos de la gloria, gozosamente embriagado por esos deliciosos aromas. Era feliz entonces, como nunca volví a serlo, mientras ella me canturreaba extrañas baladas de versos indescifrables. Eran canciones cherokee, me dirían años después los chavales del vecindario, hasta alguno de mis primos, porque ése era el rumor, que mi madre era india y verdad es que sus rasgos algo recordaban a los de ese pueblo. Además, provenía de Alabama. Sin embargo, Emma Skates descendía de colonos ingleses llegados a América en las primeras oleadas. Por parte de padre un tataratatarabuelo Scales llegó a Massachusetts y fue bajando de generación en generación hasta los estados del sur. Y por parte de madre aseguraba descender de los Stubbs, una noble familia de Yorkshire, uno de cuyos miembros, hacia inicios del XVII compró tierras en Virginia. Pero no descarto, por más que me cabreara de niño, que alguno de esos descendientes de la vieja Inglaterra no se hubiera mezclado con una cherokee atractiva. Quizá eso explique que siempre me tiraran las indias, que incluso me casara con una nada más licenciarme el Tío Sam, aunque casi ni fuera un matrimonio de tan poco que duró, de tan poca huella que me dejó aquella chica. Laura, se llamaba Laura, casi no me sale el nombre, qué rápido la olvidé, tanto que ni siquiera me preocupé de divorciarme unos años después, cuando conocí a Mary Mae.
  
 
Wake up Jacob - Prince Albert Hunt's Texas Ramblers (Anthology of American Folk Music, 1952)

domingo, 20 de mayo de 2012

Capitalismo con rostro humano

Empezó, lógicamente, con los altos directivos de las grandes firmas financieras. La más repetida leyenda urbana atribuye la autoría de la idea a la famosa Gillian Tett, dicha en broma en una tertulia informal entre analistas económicos en un club de Nueva York. Pero los jóvenes tiburones de Wall Street no perciben las sutilezas irónicas en su ansiosa búsqueda de nuevos productos con los que alimentar los fogones de los mercados; la febril creatividad de alguno de ellos vio, en el comentario de la influyente periodista del Financial Times, un filón de sugerentes posibilidades que había de aprovechar. Fuera cual fuera su origen, la primera vez que se puso en práctica fue en otoño de 2012 en la conocida Merrill Lynch, al fin y al cabo una de las compañías líderes en el apasionante mundo de la innovación financiera.

La idea consistía en que una parte significativa del sueldo de los directivos se financiara mediante bonos, con la particularidad de que quien respondía de los intereses de la deuda no era la empresa sino el empleado. La primera emisión se hizo a través de una conocida compañía de market makers de Manhattan, por la modesta cantidad de 200 millones de dólares, algo más de la mitad de la masa salarial de una cincuentena de directivos,  que se subastó inicialmente al 10% de interés. Por personalizarlo en un ejemplo, William Ashley, el jefe de inversiones en el área suroriental asiática, recibiría cuatro millones de dólares de sobresueldo que le pagarían los compradores de esas obligaciones; a cambio debería pagar a los tenedores $40.000 al año y Merrill Lynch se comprometía al reembolso del valor del título al cabo de cinco años. Cinco años es mucho tiempo, más que sobrado para que cambien muchas cosas en el vertiginoso mundo financiero. De momento, la empresa ahorraba una buena cantidad en sueldos y ya se vería cómo la devolverían y, sobre todo, cuánto, porque, obviamente, el valor nominal estaba sujeto a las fluctuaciones del mercado.

Esa primera emisión fue un éxito (a los brokers les ponen las novelerías), tanto que enseguida se empezó a generalizar la práctica. En pocos meses el mercado financiero se había inundado con los que se llamaron los "bonos personales", primero identificados por el nombre de la compañía a que pertenecían los empleados que hacían cada emisión conjunta, pero muy pronto cada uno de ellos identificado por el emisor individual, un tipo con nombres y apellidos. Hasta se popularizó la impresión de los títulos con la foto del directivo que lo avalaba, lo que llevó a algunos medios a sugerir irónicamente que por fin se había conseguido el "capitalismo con rostro humano". Los personal bonds pronto entraron en los mercados secundarios y también a mezclarse con otros productos, creándose fondos cada vez más opacos, pero con rentabilidades muy atractivas para los inversores. Se suponía, claro, que la continuada revalorización de los bonos y sus adheridos, se basaba en la fortaleza y buenas perspectivas de futuros de las compañías de los respectivos empleados. Lo cierto, pese a la crisis generalizada de le economía, es que los beneficios de los grandes operadores no paraban de aumentar. Entre las causas, además de la principal que no era otra que su vertiginosa capacidad de multiplicar a velocidades inauditas las transacciones financieras, también estaba el brutal saneamiento de costes que habían acometido, entre ellos la reducción de los salariales gracias al invento de los bonos. Naturalmente, Merrill Lynch y sus imitadores, sobre todo en los primeros meses, animaron el cotarro y las buenas expectativas de este producto invirtiendo ellos mismos en la adquisición de buena parte de los títulos de sus empleados. No dejaba de ser una poética paradoja que las empresas recibieran beneficios de los sueldos que no pagaban a sus directivos que, sin embargo, habían crecido significativamente.

No pasó mucho tiempo antes de que aparecieran derivados financieros de los bonos personales. Las malas lenguas imputan su creación a las propias empresas, incluyendo en el complot a los propios directivos, interesados en bajar el valor de los títulos para disminuir las cuantías a pagar tanto de la deuda como de los intereses. En cierto modo conduciría a matar la gallina de los huevos de oro, pues implicaba el rechazo de los inversores a nuevas emisiones, con la consiguiente pérdida de una fructífera fuente de financiación empresarial y de desmesurada inflación de las nóminas. Pero es sabido que los chicos de Wall Street son de visión muy cortoplacista y, además, se planteó una campaña moderada de ventas, con la intención de no socavar demasiado la credibilidad financiera y, al mismo tiempo, cubrirse las espaldas compensando los costes futuros de los reembolsos. Pero bastó iniciar este segundo juego para que a sus promotores se les fuera de las manos.

Al salir de la fiesta de nochevieja de 2012, William Ashley, uno de las caras más populares de los personal bonds (lo que sin duda había contribuido a que sus bonos fuesen de los que más se habían revalorizado) fue asesinado junto con su amante en el aparcamiento del Waldorf-Astoria. Obviamente, el valor de los bonos cayó en picado, llegando en menos de una semana escasamente al 20% de su nominal, cuando previamente habían casi doblado la cotización original: una pérdida patrimonial para los inversores en torno a los 700.000 dólares, ciertamente migajas en el sustancioso negocio de los bonos, pero un síntoma preocupante, lo suficiente para que se escribieran algunos editoriales en la prensa económica y se empezara a rumorear que en el recién constituido gobierno de Obama se hablaba de eventuales investigaciones y regulaciones del sector. Lo que no trascendió –no se olvide que casi todas las operaciones de futuros se negocian over the counter– es que un desconocido grupo inversor de New Jersey había cerrado días antes de la muerte de Ashley una opción a diez días sobre más de la mitad de sus bonos al precio global de venta de medio millón de dólares. Como adquirieron los bonos cuando estaban por el suelo, las ganancias de estos tipos fueron del orden de los 400.000 dólares.

Durante la primera semana de enero, sin tiempo casi para que los mercados reaccionaran y mucho menos se adoptaran medidas protectoras por las autoridades, murieron asesinados ciento sesenta y cuatro altos directivos de compañías financieras, todos ellos emisores de personal bonds. Para alcanzar estas espeluznantes cifras, los organizadores no dudaron en enviar el miércoles dos, casi simultáneamente, a tres "comandos" fuertemente armados a las sedes de Merrill Lynch, Goldman Sachs y J.P. Morgan Securities, donde liquidaron con aterradora eficacia y velocidad a un total de ciento cuarenta directivos, escapando inmediatamente sin dejar rastro. Al final de esa semana negra, con la bolsa de Nueva York cerrada por orden del gobernador del Estado, era evidente que la matanza era obra de la Mafia y que le había reportado unos beneficios que rondaban los ochenta millones de dólares. Joe Miranda, Frank Guarracci y Frank D'Amato, los tres mayores capos de Jersey fueron detenidos pero no se consiguió ninguna prueba que los vinculara con los crímenes. Fue el fin de un prometedor producto financiero y también, de paso, la ruina de casi todos los directivos que habían emitido bonos, la mayoría despedidos fulminantemente de sus multimillonarias firmas como si fuesen apestados. Pasada la conmoción, la propia Gillian Tett publicó un polémico artículo en el que insinuaba que la criminal masacre era consecuencia lógica de la insaciable avidez de los financieros. Incluso se propagó el rumor de que la matanza había sido obra, en realidad, de un movimiento anticapitalista de acción directa. En todo caso, se acabó esta sarcástica modalidad del "capitalismo con rostro humano" y, probablemente por miedo, la mayoría de las grandes empresas decidieron rebajar drásticamente los sueldos de sus directivos.
    
 
I'm gonna do something the devil never did- Willy DeVille (Pistola, 2008)
    

jueves, 17 de mayo de 2012

El negociante

La clave radica en controlar la información que le das a cada uno, que es uno el que tiene que saber más que ellos, que para eso somos intermediarios, los elementos fundamentales del sistema, los que hacemos que funcione el negocio. Pero no seas ingenuo que la información tampoco es algo objetivo, piensa en los años que llevan los filósofos preguntándose qué es la verdad. Eso sí, en cuartuchos sombríos, agobiados por las dudas de sus mentes atormentadas y con los estómagos vacíos. A mí me sobran tantas elucubraciones, lo real es lo que uno cree que es real y, por tanto hay tantas realidades como personas. En las diferencias entre esas realidades están los márgenes de nuestro negocio: cuanto mayores, más beneficio para nosotros. Pero no queda ahí la cosa, sobrino, pues tales diferencias podemos, si jugamos bien nuestras cartas, agrandarlas casi tanto como queramos. Piensa, alma de cántaro, que si realidad es lo que uno cree de lo que se trata es de que crea lo que a nosotros nos convenga. No lo olvides nunca porque es una de las partes fundamentales de nuestras tareas: se llama asesorar, aconsejar al despistado, al ignorante. Una obra de misericordia en el fondo. 

Los precios, por ejemplo, la base de nuestro negocio. Unos quieren vender, otros comprar y nosotros, en el medio, para posibilitar que lleguen a un acuerdo. Pero, ¿qué es el precio, sobrino? Muy sencillo, lo que cree cada uno que vale una propiedad. Otra prueba de que la realidad es difusa, cambiante, cada uno cree una cosa, y lo cree en base a los datos (aunque llamarlos datos ...) que confusamente se le apelotonan en la cabeza. Sí, tienes razón, nuestro papel es que comprador y vendedor coincidan en el precio de la transacción porque, si no, nos quedamos sin comisión, nuestro sagrado 5%. Eso es lo que te han enseñado en la escuela, ya lo sé. También te han dicho que tenemos que observar el mercado para informar a nuestros clientes de los precios en cada momento. Vale, en teoría es así, pero a veces hay oportunidades. Bueno, a veces no, te diría que casi siempre; de hecho, hacer bien nuestro trabajo es conseguir que tengamos oportunidades o, lo que es lo mismo, que nuestros clientes no coincidan en el precio. Sí, no abras tanto los ojos, ya sé que es justo lo contrario de lo que te han enseñado. 

Te pongo un ejemplo verídico, la venta de un piso que cerré ayer mismo. En la zona de Orense, cerquita del Corte Inglés de Castellana, 130 m2, unos 30 años de antigüedad, tres habitaciones, amplio salón muy luminoso. Los dueños, un matrimonio de sesentones, lo habían comprado recién construido, cuando sus dos hijos, ya casados, eran pequeños. ¿Cuánto les habría costado? Una miseria a precios de hoy, aunque tardaran veinte años en pagar la hipoteca. Claro, los tíos habían hecho sus cálculos observando la revalorización inmobiliaria de estos últimos años, soñaban con su derecho al pelotazo, como todo españolito: en cuanto llegara la inminente jubilación del marido (trabaja ahí al lado, jefe de sección en los Nuevos Ministerios) vendían el piso y con el pastón arreglaban la vieja casa de los padres de ella en un pueblo de Extremadura y les sobraba más que suficiente para vivir de las rentas hasta el final, incluso para ayudar cada mes a los chavales, que las cosas no les van demasiado bien. Esa era su apuesta, la única que tenían (mala cosa) y, además, les apremiaba vender. Ochocientos mil euracos pedían, a más de un millón de pelas el metro cuadrado. Hace tres años se lo habrían quitado de las manos, pero no estamos hace tres años. 

Ahora el comprador. Un tipo joven que le van las cosas más o menos bien aunque, entre tú y yo, visto cómo se comporta no creo que le dure mucho la buena suerte. Se cree muy listo el capullo, esos son los mejores de lejos, nunca hay que desengañarlos, al contrario, halagarles la vanidad a tope para que se cieguen. El tío se va a casar y quiere irse a una zona buena, tengo un estatus me dijo el imbécil, y además se trata de una inversión y en estos tiempos de incertidumbre más vale ir sobre seguro (no es pedante ni nada el chaval). Sabía mucho el gachí, ya te digo, hasta se había hecho un análisis estadístico de los precios de los pisos en una hoja de cálculo a partir de las inmobiliarias de internet. Cuatro mil doscientos euros el metro cuadrado, me aseguró muy convencido, y la verdad es que no erraba porque por ahí más o menos anda la media. El piso de Orense le encajaba como anillo al dedo, pero claro, los viejos pedían un 45% más de lo que el pipiolo creía que era el precio real

Pues nada, me tocaba hacer posible la venta, tarea difícil pensarás, con tanta diferencia, casi un cuarto de millón de euros. Estrategia: convencer a cada uno, por separado desde luego, de que sus realidades eran erróneas. Lo cierto es que no fue tan difícil porque en ambos casos usé los datos que podían comprobar en internet. A los vendedores les convencía de que estaban fuera de mercado, que como mucho podrían vender a los 4.200 € de precio medio pero, en la práctica, ni eso porque –y no mentía– el mercado estaba abúlico, la demanda casi inexistente. Pena me dieron, sobrino, porque se les chafaban las ilusiones. Por supuesto fui poco a poco, por fases. Primero que asumieran que su piso, actualmente, más de 550.000 euros no valía, y que empezaran mentalmente a reajustar sus previsiones de vida de jubilados. Luego el segundo palo, que ese precio iba a la baja, que era probable que en poco tiempo bajara del orden de otro 25% (y aquí les solté un rollo muy tecnocrático sobre las provisiones que el gobierno obligaba a los bancos que, según todos los analistas, precipitarían caídas brutales del valor de los inmuebles depreciando todo el mercado), así que lo mejor que podían hacer era vender ya. Claro, añadí con cara de quien sufre al tener que dar tan dolorosas noticias, lo malo es que ahora, con la crisis que hay, la falta de crédito, el miedo de los compradores, por mucho que el precio sea el que es, no se vende nada. Así que mi consejo es ofrecerlo con una rebaja en torno al 15, digamos que a unos 460.000 euros creo que podría darle salida antes de que el mercado se derrumbe y no creo que eso tarde mucho, dudo que lleguemos al otoño. En fin, sobrino, que les hice añicos su cuento de la lechera, pero lo que importa que retengas es que les cambié su realidad: creyeron que, en efecto, el precio real de su piso estaba en esa cantidad y me dieron luz verde. 

Al listillo le expliqué, con mucha paciencia y continuos piropos a su sagacidad, que esa media que había calculado resultaba de sumar inmuebles en muy diferente estado. Si acotábamos el análisis a los pisos de la calidad que él buscaba (y merecía, claro) andábamos en valores muy superiores y, como muestra, le enseñé el de la calle Orense que lo tenía en la web al precio que inicialmente pedían sus dueños. Como le encantó (sobre todo a la novia) empezó poco a poco a admitir que había subvalorado el mercado y, al final se convención de que lo que el quería estaba en tono a los 6.000 euros el metro y no a sus optimistas 4.200. Claro que ahí ya le entraron los miedos, que se le iba de presupuesto y habría de entramparse más de lo que había previsto. Entonces le dije que quizá, si hacía una oferta en firme y rápida, podría conseguírselo con un 15% de descuento, un chollo, vamos. Y coló, de modo que tenía a los dueños dispuestos a vender por 460.000 euros y al chaval dispuesto a comprar por 680.000. Naturalmente, la diferencia, los 220.000 euros eran para mí, que me los había ganado creando esas diferentes. A lo que hay que sumar, por cierto, el 5% de la comisión legal, otros 23.000 eurillos. ¿Qué te parece? Buena jugada, ¿verdad? 

No te aburriré con los detalles finales, basta decirte que al final, cuando cada uno estaba ya dispuesto a hacer la transacción por el precio real los cité a ambos ante notario para firmar las escrituras por 460.000 €. La diferencia me la había dado el chaval a mí previamente, porque le dije que era la parte en negro que exigía el matrimonio. Y tan negro que es, que esa ganancia, como tantas otras, no figura en el balance de la empresa. Habrás visto que este año cerramos con pérdidas, lo que me viene muy bien porque así puedo despedir sin costes a esos dos de ventas. Y creo que además cumplimos los requisitos para que nos den una subvención para reflotar el negocio. Vas a aprender mucho conmigo, sobrino. 


 
You ain't goin' nowhere- Brett Dennen (Chimes of Freedom, 2012)
    
PS: Una operación como la que he relatado supongo que es poco probable en el negocio de la intermediación inmobiliaria. Sin embargo, según explica Juan Hdez. Vigueras en su libro El casino que nos gobierna algo similar hacen los especuladores financieros internacionales continuamente. Parece que lo llaman short selling que consiste en apostar a la baja de la cotización de activos de los que no disponen que venden previamente con compromiso postergado de compra al titular. Así planificaron atacar el euro e imagino que también la deuda española. Para que luego hablen de que el mercado se regula solo.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El pringao

Érase una vez un pringao y sus amigos, también pringaillos algunos, otros no tanto y uno que otro bastante vivales. Al pringao, llamémosle Manolo, le convencieron de que estaría bien hacer un fondo común todos los amigos, por lo que pudiera pasar, ya sabes, y además así podremos hacer cosas juntos. Pues nada, que a todos les pareció bien la idea y pusieron perras y hasta aprobaron unas reglas que a Manolo y a los otros pringaos les parecieron bastante enrevesadas, pero bueno, se fiaban del listo del grupo, llamémosle Otto, que tenía fama de serio y de apañárselas bien en los asuntos de dinero, o sea, que mejor no preocuparse mucho, que la vida son dos días y hay que aprovecharlos en actividades menos aburridas. Por eso todos aceptaron sin rechistar la propuesta de Otto, que un amigo suyo, un tal Fritz, se ocupara de cuidar el fondo común, aunque no fuera del grupo, pero mira, casi mejor, porque así no está agobiado por los problemas que cada uno de nosotros tenemos, explicó Otto, y además habréis de reconocer (y miró a Manolo y a los otros pringaillos como él) que no se os da demasiado bien la economía, si dejáramos el dinero en vuestras manos seguro que no duraba mucho, en cambio Fritz lleva mucho tiempo trabajando para mí y el tío es un máquina, ¿no veis lo bien que me va? 

Total que acordaron que cuando alguno del grupo necesitara dinero del fondo se lo pedían a Fritz y santas pascuas y, entre tanto, Fritz movería esas perras para hacerlas crecer, que se sabía un montón de trucos y tenía una inventiva extraordinaria. Eso sí, les dijo Fritz, me tenéis que dejar trabajar tranquilo, sin intromisiones, nada de pedirme cuentas; y todos le contestaron que sí, que desde luego, encantados de la buena decisión que habían adoptado porque enseguida se vio que Fritz era un genio, casi un mago, capaz de multiplicar hasta el infinito los recursos que necesitaban Manolo y sus amiguetes para gastos. En fin, que al principio todo iba de puta madre y Fritz y sus colegas (porque tenía varios colegas, incluso uno de ellos, un tal Paco, vivía en el barrio de Manolo) curraban frenéticamente y soltaban pasta sin descanso, mientras apuntaban rigurosamente las cantidades en sus libretitas de hule negro. Los del grupo sabían que Fritz y sus colegas algo se rebañaban del pastel, pero así son las cosas y tampoco era cuestión de quebrar la promesa y meter las narices, no fuera a ser que se enfadaran. Además, como el roce hace el cariño, pues miel sobre hojuelas; vamos, que Paco, por ejemplo, se había hecho íntimo de Manolo y ya se metía por su casa sin avisar. 

Así que imaginad el disgusto de Manolo cuando Paco vino a decirle que le habían ido mal los negocios y que estaba en la ruina. Y no sólo el disgusto por la desgracia de un buen amigo, sino que a ver quién le pagaba ahora los caprichos a que se había habituado. Pero la cosa era más grave, que casi todos los colegas de Fritz, hasta el propio Fritz siempre tan solvente, andaban bien jodidos. Entonces el grupo de pringaos se reunió urgentemente y se repitieron unos a otros que había que salvar a Fritz y sus colegas, porque esos chicos eran imprescindibles y, además, ya les debíamos bastante dinero que nos habían adelantado de nuestro fondo. Eso lo añadió Otto que, como siempre, era el que llevaba la voz cantante porque para algo era quien más ponía al fondo común y también el que podría pasarlo peor si el montaje se desmoronaba porque, aunque los pringaos no lo supieran, menuda cantidad de chanchullos había hecho con Fritz a cuenta del fondo común. Pues nada, que todos decidieron disciplinadamente que había que usar el fondo para sanear los negocios de Fritz y sus chicos, el único modo para que todo volviera a ser como antes. 

Les dieron pues dinero, mucho dinero, tanto que de la noche a la mañana Fritz y sus chicos volvieron a tener sus negocios viento en popa, si es que realmente habían estado arruinados, porque lo cierto es que Manolo no había notado que el lujoso tren de vida de su amigo Paco hubiera cambiado un ápice desde que le confesó que estaba en la ruina. Pero lo que si notó Manolo de golpe es que ahora era él el que estaba sin blanca, vamos que no le llegaba ni para pagar las medicinas. Así que llamó a sus amigos para pedir perras del fondo común (de hecho, llamaron casi todos lo pringaos) pero Otto se puso serio y le echó una reprimenda: que el fondo estaba muy mermado y que ya estaba bien de gastárselo en caprichos, que había vivido por encima de sus posibilidades y que había llegado el momento de apretarse el cinturón (o mejor, que cambiara de cinturón porque al que tenía le faltaban agujeros). Además, añadió Otto, ya sabes que el dinero del fondo lo administra Fritz, pídele a él. Ya, dijo Manolo, pero es que no me hace ni caso, si tú lo convencieras que tienes más amistad ... Y como Otto, pese a su fama de huraño, no era tan mal tipo habló con Fritz y le dijo que a ver qué se podía hacer con Manolo y Fritz cedió y dijo que estaba dispuesto a echar una mano. 

Todo un detalle, sí señor. El grupo de amigos volvió a reunirse y aprobó que Fritz prestara dinero del fondo común a Paco para que Paco, a su vez, se lo prestara a Manolo. Bueno, la verdad es que la cosa no fue tan simple ni tan rápida. Si lo fue para Paco, a quien le dieron en un santiamén las perras, casi sin condiciones ni intereses. Pero luego Paco no quiso pasárselas a Manolo así como así porque, según le dijo (y no es nada personal pero es que los negocios son los negocios), no tenía mucha confianza en que se las devolviese. Antes de prestártelas me has de asegurar que se acabaron los derroches, y empezó a tacharle cosas de la lista de la compra ahí mismo, en la mesa del comedor de la casa de Manolo, con la familia escandalizada ante el descaro del tío Paco y, sobre todo, acojonada imaginando el hambre que iban a pasar. Y Manolo callado, asintiendo en silencio, suplicando de vez en cuando (no, hombre, eso no) pero tragando sin rechistar, también lo de firmar un papel (que obligaba incluso a toda su familia y a los nietos que aún no tenía) por el que se comprometía a que, por encima de todo y antes que nada, pagaría religiosamente la deuda. Y aún así Paco no terminaba de fiarse. Te voy a dejar el dinero, le dijo al fin, qué quieres, en el fondo soy un sentimental. Pero tienes que entender que me arriesgo mucho así que tengo que cobrarte un interés alto, son las reglas. Y entonces le susurró al oído la tasa de interés y a Manolo casi le da un síncope: pero, Paco, si es más de diez veces a lo que te lo hemos dado del fondo. Bueno, si no estás de acuerdo ... Sí, sí, contestó Manolo, y firmó. 

Vinieron las vacas flacas a la casa de Manolo. Aún así, pringao como era, pensaba que estaba haciendo lo correcto, que había decidido lo mejor para su familia, y que tras esta mala racha volvería la añorada bonanza. A fin de cuentas, veía a Manolo de nuevo boyante y pensaba, pringao, que la fortuna de su viejo amigo le llegaría pronto a él. También veía, es verdad, que otros del grupo estaban pasándolo fatal, pero es que, le explicaba Otto, ésos habían sido mucho más derrochadores que tú y no estan dispuestos a sacrificarse lo suficiente. En fin, que Manolo quería estar tranquilo y no angustiarse, así que cada vez pasaba menos tiempo en casa y más con Paco, que le repetía las mismas cantinelas que, aunque incomprensibles (hasta absurdas, le venía a la mente a Manolo en las raras ocasiones en que se le escapaban los pensamientos), calmaban sus ansiedades. En cambio, en su casa, todo eran caras largas y abatimiento; y últimamente, hasta algunos de sus hijos se atrevían a discutir sus decisiones, a hacerle preguntas incómodas a las que, como no sabía responder, tenía que dar la callada por respuesta o soltar un exabrupto, que estos críos llegaban a hacerle perder los nervios, a él que siempre había hecho gala de serenidad. 

Lamentablemente, no sé cómo acaba este cuento, pero tengo el pálpito de que al pringao no le fueron nada bien las cosas.
    
 
Love me, I'm a liberal- Phil Ochs (Phil Ochs in Concert, 1966)

jueves, 10 de mayo de 2012

Amnistía Internacional y Bob Dylan

En 1961, un abogado británico judío (se convertiría al catolicismo más tarde) que rozaba la cuarentena leyó en la prensa que dos estudiantes portugueses habían sido condenados a siete años por brindar por la libertad, en plenas revueltas anticolonialistas del régimen de Salazar. Nunca se ha aclarado si la noticia era verídica; imagino que por aquellos años los ingleses de las clases dirigentes (y este hombre, Peter Benenson lo era, que había tenido como tutor privado nada menos que a W.H. Auden y asistido a Eton) no concebían que sus periódicos pudieran mentir. Tampoco importa; el hecho es que Benenson se indignó y publicó en The Observer un artículo titulado "Los prisioneros olvidados", denunciando que todos los días, en cualquier lugar del mundo, alguien es encarcelado, torturado o ejecutado porque sus ideas son inaceptables para el correspondiente gobierno. Se refería específicamente a los casos de Agostinho Neto (que luego sería primer presidente de Angola), del filósofo rumano Constantin Noica, del socialista vasco Antonio Amat, del cuáquero estadounidense y colaborador de Luther King, Ashton Jones y del activista anti-apartheid sudafricano Patrick Duncan, todos ellos hostigados en sus respectivos países. No eran ciertamente los ejemplos más sangrantes (de hecho, todos salieron relativamente ilesos de las agresiones que el Poder les infligió), pero sí probablemente los más célebres en esos momentos. Citando erróneamente a Voltaire –"Rechazo tus opiniones, pero estaría dispuesto a morir por defender tu derecho a expresarlas"–, anunció a los lectores que con un pequeño grupo de amigos había abierto una oficina en Londres para recoger información sobre personas a las que bautizaron como "presos de conciencia", entendiendo que entraba en esta categoría cualquiera que fuera físicamente impedido para expresar sus opiniones, siempre que no abogara por la violencia. Nació así Appeal for Amnesty, que muy pronto, debido a la entusiasta respuesta de muchos ciudadanos (europeos y estadounidenses, claro) se convirtió en Amnistía Internacional

La trayectoria de esta organización durante ya su más de medio siglo de vida no ha estado exenta de críticas y acusaciones de parcialidad e intereses puntuales no del todo honestos. El propio Benenson se enfrentó a su criatura porque creía que en ella se habían infiltrado los servicios secretos británicos y años después sería la CIA la sospechosa de estar manipulando la organización. Supongo que AI habrá errado en muchas ocasiones en la selección de las personas a defender y más veces habrá olvidado a muchos otros, riesgo inevitable cuando se decide actuar frente a las injusticias en vez de imitar a las avestruces justificando nuestras pasividades con argumentos fariseos. Pero a estas alturas es innegable que Amnistía ha sido la organización que más ha hecho por la defensa de los derechos humanos "universalmente declarados" en 1948 y universalmente conculcados, aunque más lo habrían sido si AI no hubiese existido. A propósito, Amnistía Internacional funciona muy mayoritariamente gracias a la dedicación altruista de voluntarios y no acepta financiación de gobiernos u organizaciones gubernamentales. No hace mucho, por cierto, el Vaticano, enfadado por el apoyo de AI al aborto (que no era tal), pidió a los católicos que dejaran de contribuir económicamente a su sostenimiento; la bronca entre la Iglesia y la organización no ha cesado todavía. 

Pero vayamos al tema que motiva este post. También en 1961, unos mese antes de que Benenson publicara su famoso artículo, en un frío enero, llegaba al Greenwich Village un chaval de 19 años, también judío, llamado Robert Allen Zimmerman (o Shabtai Zisel ben Avraham) pero que unos meses antes, en la universidad de Minnesota, se había rebautizado como Bob Dylan. Los primeros años de su carrera profesional estuvieron ligados al folk que, en esos años, era en Estados Unidos la banda sonora de la lucha por los derechos civiles. Así que, en cierto modo, los inicios de Dylan y de Amnistía Internacional guardan ciertos paralelismos, aunque el de Duluth empezara pronto a sentirse utilizado y, sobre todo, coartado por el encasillamiento militante de "profeta iluminado" que le otorgaban, bien a su pesar, sus rendidos admiradores. Así que, tras un disco de transición y advertencia desencantada (Another Side of Bob Dylan, 1964) llegó la traumática controversia del Festival Folk de Newport en la que, con The Band, electrificó la segunda parte de su actuación (Pete Seeger pidiendo un hacha para cortar los cables de los amplificadores y acallar ese ruido infernal) y en 1965 dos maravillosos álbumes (Bringing it all back home y Highway 61 revisited) que supusieron abrir nuevos caminos a la música popular contemporánea. Lo cual no obsta para que los tres primeros discos (Bob Dylan, The Freewheelin' Bob Dylan y The Times they are a-changin') contengan temas que se han convertido casi en himnos de la memoria colectiva, con innumerables versiones durante este último medio siglo.

Quienes pasan por aquí saben que, sin llegar al obsesivo frikismo de algunos, soy un ferviente admirador de la obra de Dylan desde mis trece añitos y me precio de conocerla razonablemente bien. Uno de mis afanes coleccionistas, muy favorecido desde que existe internet, es conseguirme versiones ajenas de las canciones de Bobby, de las que guardo un número más que considerable. Pues bien, a principios de este año, para conmemorar su medio siglo de existencia, Amnistía Internacional ha publicado 4 CDs con 75 canciones de Dylan (son 76 temas, pero una de ellas, Don't thik twice, it's alright, se repite en versión instrumental) que, en mi modesta opinión, es la compilación más estupenda de las muchísimas que han salido al mercado. En el disco, titulado Chimes of Freedom, canción de 1964 que es la única que canta Dylan cerrando la recopilación y que apropiadamente significa campanas (o campanadas) de libertad, interviene un mogollón de artistas, con interpretaciones (la mayoría grabadas previamente, supongo) gratamente sorprendentes en muchos casos. Otra cosa que sorprende es el amplísimo rango de edades representado, que va desde los diecinueve añitos de Miley Cyrus, la Hannah Montana de Disney, hasta Pete Seeger con sus noventa y dos tacos. Obviamente aparecen varias figuras muy conocidas (Johnny Cash, Patti Smith, Pete Townshend, Diana Krall, Ziggy, el hijo menor de Bob Marley, Sting, Mark Knopfler, Lenny Kravitz, Elvis Costello, Jackson Browne, la inevitable Joan Baez, Bryan Ferry, Carly Simon, Paul Rodgers, Sinéad O’Connor, Taj Mahal, Lucinda Williams, Kris Kristofferson, Eric Burdon, Marianne Faithfull y el ya citado Pete Seeger), pero echo en falta a unas cuantas vacas sagradas que, los que ya empezamos a ser un pelín carrozas, querríamos que estuvieran en un disco tan ambicioso como éste. Sin embargo, las ausencias quedan muy satisfactoriamente compensadas con numerosísimos nombres de cuya existencia no tenía la más mínima noticia. Siempre es agradable descubrir nuevas voces y estilos, amén de comprobar que la música de Dylan sigue vigente. En fin, que un disco altamente recomendable cuyos ingresos tienen por finalidad la ayuda económica a Amnistía Internacional; un motivo añadido para comprarlo.

Para muestra, un botón. El tema que subo es el antológico “No lo pienses dos veces, está bien”, una de las canciones de amor desengañado que son especialidad del de Minnesota. La versión, prácticamente a cappella, me parece preciosa y corre a cargo de Kesha, una rubia californiana de veinticinco años, de la cual no he escuchado nada (según la wiki se dedica a la música dance y electropop, géneros que no son precisamente de mi devoción).
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Don't think twice, it's alright- Ke$ha (Chimes of Freedom, 2012)

domingo, 6 de mayo de 2012

El caso Gallardón

Sábado, 18 de agosto de 2012: Carmen Rigalt en su sección La Ventana del suplemento La otra Crónica del El Mundo: «Las carteras ministeriales son ansiolíticos de la libido. Algo así se comenta entre la biutifulpipol madrileña sobre Alberto Ruiz Gallardón. ¿Será que el titular de Justicia ya se ha decidido? Mientras tanto, Mar Utrera, su sufrida esposa, calla». 

Comentario MP: Las breves y enigmáticas frases aparecen hacia la mitad de un artículo a dos columnas. La periodista alude a las supuestas infidelidades de Gallardón, muy comentadas en ciertos círculos cuando era alcalde de la capital que, sin embargo, apenas habían trascendido a los medios. El comentario de Rigalt se interpretó como una velada advertencia al ministro, relacionado probablemente con los llamados "papeles de Pedro Jota", dossier que supuestamente fue remitido anónimamente a la Fiscalía a finales de julio, según publicó El País. No obstante, la calculada ambigüedad de ambas "noticias" y que fueran publicadas durante las vacaciones estivales, les restó repercusión, sin que nos conste que los medios retomaran dichos asuntos posteriormente. Según un rumor no confirmado, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, en la visita que hizo el jueves 23 de agosto a Mariano Rajoy en su residencia de vacaciones en O Grove, le comentó sobre la situación familiar de Gallardón y los posibles efectos sobre la estabilidad del gobierno, pero desconocemos qué contestó el presidente. 

Jueves, 25 de octubre de 2012: En la sección Gente de El País un breve suelto informa que «María del Mar Utrera Gómez y Alberto Ruíz Gallardón, ministro de Justicia, han presentado en un juzgado de Madrid demanda de separación de mutuo acuerdo. Si bien ninguno de los cónyuges ha querido realizar ninguna declaración, según fuentes cercanas a la pareja, la separación había sido acordada después del verano de 2011, pero fue postergada a causa del periodo electoral y el posterior nombramiento ministerial del entonces alcalde de la capital. Utrera Gómez y Ruíz Gallardón ponen fin a veintiocho años de convivencia. Tienen cuatro hijos varones». 

Miércoles, 31 de octubre de 2012: En la sección Tribunales de El País, una larga crónica sobre la sentencia de la Audiencia Provincial de Málaga en relación al llamado "caso Malaya": «... También ha sido absuelta la abogada Montserrat Corulla, quien era considerada la mano derecha de Roca y la que dirigía el núcleo de su imperio económico en Madrid. Corulla, de cuarenta y un años, sostuvo durante el juicio que su actuación profesional en operaciones mercantiles de derechos de compra o intermediación fue puramente formal, sin ninguna capacidad decisoria en los negocios de su jefe. La sentencia considera insuficientes las pruebas de la Fiscalía, que solicitaba cuatro años de cárcel y cien millones de euros para la antigua empleada de Roca ... ». 

Domingo, 28 de septiembre de 2014: En la sección Sociedad de ABC, Titular: «Gallardón se casa con ex-imputada en el caso Malaya». Entradilla: «El pasado viernes, en la más estricta intimidad, el ministro de Justicia contrajo matrimonio civil con la abogada madrileña Montserrat Corulla. La relación entre ambos salió a luz pública durante las elecciones municipales de 2007, cuando el candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián, pidió a Ruíz Gallardón que explicara la naturaleza de los contactos que mantenía con la entonces acusada en la trama de corrupción de Marbella. Durante el juicio, del que finalmente resultó absuelta, el juez prohibió a la fiscalía hacer uso de unas grabaciones telefónicas entre Corulla y Gallardón, "por ser de naturaleza íntima y no guardar ninguna relación con el caso". Desde entonces no ha trascendido al público que laos recién casados hubieran continuado o reanudado su relación. Ruíz Gallardón, de 55 años está divorciado de María del Mar Utrera, hija del que fuera ministro de Franco, José Utrera Molina, y tiene cuatro hijos. Montserrat Corulla, de 43 años, es soltera». 

Viernes, 17 de octubre de 2014: En la columna derecha inferior de la portada de El Mundo: Titular: «Las conversaciones íntimas de Gallardón». Breve de la noticia: «El Mundo publica hoy la transcripción de las grabaciones telefónicas realizadas por la policía a Montserrat Corulla en 2007 durante la investigación del caso Malaya. Si bien este periódico ha guardado siempre un escrupuloso respeto a la privacidad de las personas, la gravísima situación a que se enfrenta nuestro país y el riesgo probable de que Ruíz Gallardón sea el encargado de conducir a España a la catástrofe definitiva, nos obliga a obviar cualquier reparo a fin de que los ciudadanos descubran, siquiera parcialmente, el auténtico rostro de un hombre sin conciencia». 

Comentario MP: En el interior, a doble página, se transcriben extractos de varios diálogos mantenidos durante el primer trimestre de 2007 entre Corulla y Gallardón, muchos de alto contenido sexual. En el editorial de ese mismo número, Pedrojota Ramírez, calificaba tajantemente al ministro de mentiroso y traidor (por aquellas fechas estaba casado con su anterior mujer) y le requería que explicara cómo había impedido que las grabaciones no se desvelaran y cuál había sido su participación en los negocios inmobiliarios vinculados a la corrupción marbellí. La doblez e inmoralidad de Gallardón, afirmaba Ramírez, nos da claves para entender el que ha sido su comportamiento en el gobierno que, según él, había consistido en boicotear los esfuerzos de Rajoy para sacarnos del hoyo propiciando la inevitable debacle, con el único interés de alcanzar su viejo sueño de la presidencia del gobierno. Por entonces estaba preparándose la celebración del XVIII Congreso del PP, en el que se rumoreaba que Mariano Rajoy presentaría la dimisión para, inmediatamente después, disolver las Cortes y convocar elecciones anticipadas, como consecuencia de la anunciada intervención del Banco Central Europeo sobre la economía española. En mi opinión, la publicación de las grabaciones por El Mundo, con los graves perjuicios que podía causarle a su director, tuvo que obedecer al mismo motivo por el que dos años antes Carmen Rigalt había escrito las enigmáticas frases transcritas anteriormente. Sin embargo, hasta ahora no se ha conocido la existencia del dossier a que aludía El País a finales de julio de 2008 ni tampoco hay indicios claros sobre los contenidos de los presuntos "papeles de Pedrojota". 

Domingo, 19 de octubre de 2014: Titular de la portada de El País: «La esposa de Gallardón asesina a Pedrojota Ramírez». Fotografía a media página de Montserrat Corulla entre varias personas y tres policías nacionales en la redacción de El Mundo. Pie de foto: «Ayer al mediodía, Montserrat Corulla se presentó en la sede de El Mundo y pidió ser recibida por el director, quien la hizo pasar a su despacho. A los pocos minutos, los redactores oyeron dos detonaciones y se precipitaron al despacho. El cuerpo de Pedro Jota yacía desplomado sobre su escritorio, sentada enfrente, en absoluta calma, estaba la esposa de Gallardón y en el suelo una pistola de 9 mm. Avisada la policía, Corulla se dejó detener en silencio y fue trasladada a los juzgados de la Plaza de Castilla, donde permanece. El suceso ha conmocionado a los partidos político y a la opinión pública. Desde primeras horas de la tarde, los principales dirigentes del PP acudieron a las oficinas de Génova sin que, al cierre de esta edición se haya emitido ninguna declaración. No obstante, insistentes rumores apuntan a que Ruíz Gallardón habría presentado su dimisión». 

Comentario MP: Ruíz Gallardón, en efecto, cesó en el cargo y solicitó su baja temporal del partido. No asistió al Congreso del PP que se celebró el siguiente fin de semana (24 a 26 de octubre) en Madrid, entre el desconcierto y derrotismo de los militantes. Rajoy, como se preveía, dimitió y se retiró de la vida pública. Soraya Sáenz de Santamaría pasó a ocupar la presidencia del Gobierno para, según acordó el Pleno del Parlamento el 30 de octubre, culminar las negociaciones con Bruselas del rescate español y convocar elecciones generales a finales del año. 

Lunes, 10 de noviembre de 2014: Titular de la portada de El Mundo: «Se inicia el juicio contra la asesina de Pedrojota Ramírez». En subtítulo: «A las diez de la mañana de hoy está previsto que dé comienzo en la Audiencia Provincial de Madrid la vista oral, con Jurado Popular y bajo la presidencia del magistrado Martínez de Salinas, contra la asesina del director de este periódico. La defensa pide la absolución, invocando manifiestas falsedades y difamaciones y aprovechando la confusión de parte de la opinión pública. Por el bien de la maltrecha Justicia española, desde El Mundo reclamamos que no quede impune el atroz crimen contra un hombre ilustre y contra la libertad de información». 

Comentario MP: La defensa de Corulla, ciertamente, aprovechó la imagen que se había presentado durante esos últimos días de una mujer enamorada, que había sufrido en soledad un largo calvario y que, cuando creyó que lograba la felicidad tan ansiada, el director de El Mundo, para chantajear a su marido y conseguir a su costa (e incluso a costa del bien público) sus espurios intereses, no dudó, con flagrante desprecio de la legalidad y de todo principio moral, en exponer a la luz pública lo que sólo pertenecía a la intimidad de los cónyuges. En un discurso descaradamente orientado a conmover al Jurado, el defensor alegó de modo muy convincente que la acusada había sufrido un completo derrumbe nervioso tras la publicación de las grabaciones telefónicas, lo que la llevó a un estado de enajenación psicológica del que, un mes después, aún no había terminado de salir. El testimonio del ex-ministro, absolutamente abatido, confirmó que la animadversión del director de El Mundo hacia su persona venía de lejos, si bien se negó a detallar los motivos aduciendo que ello obligaría a desvelar secretos oficiales. Como es sabido, Montserrat Corulla fue declarada no culpable por el Jurado Popular. Si bien la sentencia originó intensas polémicas, especialmente azuzadas por la agresiva campaña de El Mundo, los gravísimos incidentes en las vísperas de las navidades de 2014 desplazaron el asunto del interés público. La reincorporación de Gallardón a la actividad política a principios de 2015 y el destacado protagonismo que ha adquirido desde entonces son hechos también sobradamente conocidos.

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Supongo que la ficción anterior parecerá inverosímil. Sin embargo, una historia casi igual ocurrió hace cien años. El 16 de marzo de 1914, Henriette Caillaux, segunda mujer del entonces ministro de Finanzas, se presentó en las oficinas parisinas de Le Figaro, pidió una entrevista con Gaston Calmette, el director, y una vez a solas le disparó cuatro tiros de revólver. Le Figaro llevaba ya años atacando al ministro Joseph Caillaux, uno de los más ardientes adalides de las posturas pacifistas, pero poco antes del crimen había ido demasiado lejos, rompiendo las reglas no escritas de la caballerosidad, al publicar unas cartas privadas entre Henriette y Joseph de diez años atrás, cuando eran amantes clandestinos pues el político estaba casado. Durante el juicio, seguido con apasionamiento en Francia y media Europa, uno de los mejores abogados de la época convenció al Jurado de que la mujer había sido presa de incontrolables emociones y logró que fuera absuelta. Su marido, que había renunciado al cargo, volvió a la política activa en 1915, en plena Gran Guerra, e incluso ocuparía de nuevo el Ministerio de Finanzas en 1925. ¿Cabe imaginar que hoy se repitiera esta historia? Para responderme he hecho este ejercicio. La elección de Ruíz Gallardón, que conste, no obedece a ninguna malevolencia por mi parte; simplemente, de todos los miembros del actual gobierno, era el que me daba más juego para construir este paralelismo simulado.
 
 
Cold women with warm hearts - Mick Abrahams (Mick's Back, 1996)

jueves, 3 de mayo de 2012

Autoridad moral

Tiene razón Vanbrugh en un comentario al post anterior: la autoridad moral es un concepto muy evanescente; o sea, que, como un gas, se nos esfuma, cuesta fijarlo, atraparlo en una definición precisa. ¿Cómo definir la autoridad moral? Y, sobre todo, ¿quién otorga a alguien autoridad moral? Es verdad, la autoridad moral es algo subjetivo porque no es otra cosa que una cualidad atribuida por personas a otra persona. Cuando le reconocemos a alguien autoridad moral estamos admitiendo que nos mande (que ejerza su autoridad sobre nosotros). Y aclaro que este "mandarnos" hay que entenderlo en el sentido más amplio posible, incluyendo el hecho de que dejemos que sus palabras nos influyan en el sentido de lo que dice. Consultando en mi biblioteca la colección completa de las encíclicas papales, encuentro en la maravillosa Pacem in Terris de Juan XXIII (al que cariñosamente recuerdan en Italia como il Papa Buono) una magnífica afirmación: la autoridad es, sobre todo, una fuerza moral. Dijo el buen pontífice que la autoridad tiene, en primer lugar, que llamar a la conciencia, al deber de cada uno de aportar voluntariamente su contribución al bien común. Pero cómo habríamos de aceptar (sin que nos obliguen) la autoridad si no creemos que quien nos manda quiere también él el bien común. 

La autoridad moral se la gana uno pero se la atribuyen otros, la sociedad. Uno no tiene autoridad moral porque sea famoso ni porque haya acumulado muchos honores ni mucho menos porque se la arrogue (igual que, citando a Lansky, uno no es poeta porque se declare como tal), sino porque así se lo reconocen sus conciudadanos. Uno de los preocupantes males de nuestros tiempos (¿habrá sido siempre así?) es que la sociedad no reconoce autoridad moral casi a ninguno de quienes ostentan el ejercicio de la autoridad legal, los políticos. Es un asunto grave porque sospecho que tenemos motivos fundados para no poderles atribuir autoridad moral, y eso que también sospecho que sabemos de la misa la media (estoy exagerando al alza, pero se trata de una frase hecha). Cómo íbamos a concederles autoridad moral cuando a poco que escarbamos en sus acciones y declaraciones comprobamos sus incoherencias, sus mentiras, sus servilismos a intereses que poco tienen que ver con el bien común. Cuando la autoridad no es moral, decía Juan XXIII, es ilegítima (él metía a Dios en la argumentación pero me parece una premisa innecesaria para coincidir con la validez de su conclusión). O, dicho de otro modo, cuando quienes ejercen la autoridad –y en virtud de ella adoptan decisiones de grave trascendencia para los ciudadanos– no lo hacen para alcanzar el bien común, esa autoridad está deslegitimada, por mucha sanción electoral que haya tenido. 

Aunque la "legitimidad democrática" es cada vez más una mera excusa "formal" de la que, además, se puede prescindir cuando conviene a los que tienen la autoridad (y ahora no le pongo adjetivos, ni moral ni legal; me estoy refiriendo a la autoridad real, al Poder con mayúsculas). Véase, si no, como se la envainaron al ingenuo de Papandreu o cómo el Constitucional italiano ha boicoteado una iniciativa popular avalada por 1.200.000 firmas (se requieren 500.000) que pedía celebrar un referendum para cambiar la ley electoral. O cómo, aquí en casa, se obliga al anterior gobierno a que lleve a cabo una política económica opuesta al programa con que había ganado las elecciones y ahora el nuevo gobierno da varias vueltas de tuerca en el mismo sentido, aunque hubiera dicho lo contrario en periodo electoral. Porque vivimos, según palabras de Ignacio Ramonet en una reciente entrevista en TV3, en una democracia limitada. O sea, podemos elegir, pero sobre opciones bien delimitadas y, sobre todo, sobre ciertos asuntos porque en otros, los de la política económica, no nos dejan. Por no dejar, no dejan ni siquiera a los políticos, no vaya a ser que, dependientes en última instancia del voto, duden de aplicar las órdenes que les imponen "los mercados". Por eso, y es de una lógica aplastante, a quienes tienen que mandar de verdad, a quienes hay que colocar en los puestos clave del sistema (financiero), no se les puede someter a vaivenes electorales. A esos tipos, como a sus dueños, se las trae al pairo la autoridad moral. 

Ahí va un nombre de uno de ellos: Mario Draghi. Apuesto a que si hacemos una encuesta en España, en toda Europa me atrevería a decir, no llega al 1% de la población quienes saben que este romano de sesenta y cuatro años es el actual presidente del Banco Central Europeo. Y el Banco Central Europeo, en la práctica ajeno a cualquier control democrático, es la institución que ejecuta e impone la política económica neoconservadora que, nos aseguran, va a sacarnos de esta crisis. ¿Tiene autoridad moral este buen señor? Demos unas breves pinceladas de su trayectoria tomadas de internet sin esforzarse apenas. En plena descomposición de la República, desde principios de los noventa, Draghi, como Director General del Tesoro durante diez años, contribuyó al despelote italiano generalizado siendo el principal desmantelador del patrimonio empresarial público (una de las normas sacrosantas de los neocon: hay que privatizar). Por cierto, en 1992 fue uno de los artífices de la privatización de ENI, el holding petrolero italiano (muy poco antes de que los argentinos privatizaran YPF). Cuando salió del gobierno ocupó un alto cargo directivo en Goldman Sachs, uno de los más importantes grupos bancarios de fondos de inversión; es decir, especuladores; es decir, responsables de la crisis. También por cierto, casualmente Goldman Sachs se había quedado con el patrimonio inmobiliario de ENI. Pues fíjense que Draghi, como ejecutivo principal de GS, estuvo asesorando al gobierno griego de Karamanlís en la honesta tarea de falsear las cifras de déficit, uno de los factores que está en el origen de la crisis griega. Tan ejemplar trayectoria le otorga méritos más que sobrados para seguir haciendo más de lo mismo pero ahora a todos los europeos, que no iban a ser sólo italianos y griegos los afortunados. ¿Autoridad moral? Toda, faltaría más. Fíjense si la tiene que puede declarar al Wall Street Journal, cuando el entrevistador le pregunta si el mayor riesgo a las medidas económicas adoptadas para Grecia está en los conflictos sociales, que el único riesgo es que esas medidas no se apliquen porque son necesarias para conseguir que vuelva el crecimiento después de la recesión inevitable que generan. Nos informa que la consolidación europea pasa por impuestos más bajos y menores gastos públicos. Y añade tajantemente que el "modelo social" europeo ya ha pasado. 

La crisis, amigos, no ha hecho más que empezar. Vienen tiempos duros, mucho más duros. Y sí Vanbrugh, en mi opinión, necesitamos que todo aquél que tenga "autoridad moral" levante la voz. No para pontificar, ni alardear, sino para hacernos reaccionar, para poner su granito de arena en la urgente necesidad de que nos despertemos y reaccionemos. Porque algo tendríamos que hacer, digo yo.
 
 
Sorrow, tears & blood - Fela Kuti (The Best Best of Fela Kuti, 2000)