martes, 20 de junio de 2017

Unitarianismo (2)

Mientras en Transilvania se conformaba la Iglesia Unitariana, en Polonia, durante la década de los sesenta del siglo XVI, cuajaba a su vez el movimiento antitrinitarista con la fundación de la Iglesia Menor Reformada, que también se llamó la Hermandad Polaca o los socinianos. Este último nombre responde a la llegada al país de Fausto Sozzini, el teólogo italiano que reforzó las bases doctrinales de estos protestantes polacos. Durante la primera mitad del XVII, la Iglesia Menor tuvo un cierto peso en Polonia, especialmente en Raców, ciudad en la que fundaron su Gymnasium Bonarum Artium, un centro de enseñanza donde publicaron el Catecismo Racoviano (1605), la primera obra teológica sistemática del antitrinitarismo. Sin embargo, la situación de estos protestantes menores en la mayoritariamente católica Polonia nunca fue cómoda, pese a la política oficial de tolerancia religiosa. La guerra con los suecos de 1655 –que en la historia polaca forma parte del lustro denominado el Diluvio que pondría fin al periodo de esplendor de la República de las Dos Naciones– hizo que se viera a los socinianos (también a los otros protestantes) como quintacolumnistas del enemigo del Norte. Así, en 1568, el Parlamento polaco acordó la disolución de la Iglesia Menor Reformada y la expulsión de sus principales miembros del país. La mayoría de los exiliados se repartieron hacia tres lugares: el Ducado de Prusia, donde fundaron nuevas congregaciones; los Países Bajos; y en Transivalnia, donde se integraron en la Iglesia Unitariana, que siguió su trayectoria autónoma (avanzado el siglo XIX, los unitarianos anglosajones “descubrirán” a estos correligionarios de esa parte remota de Europa).

La desaparición de la Iglesia Menor polaca da paso a la creciente influencia de sus ideas en Inglaterra, principalmente a través de obras de unitaristas holandeses y alemanes. Tengamos en cuenta que por al época en que en Polonia y Transilvania se fundaba el unitarismo (desgajándose ya de calvinistas ya de luteranos) en Inglaterra Isabel I ensayaba, con el apoyo de sus consejeros, la constitución de la que había de ser la religión oficial. La reina pelirroja tenía claro que no podía volver al seno de Roma (entre otras razones porque era considerada ilegítima por el Papado) pero que tampoco podía plantear reformas muy profundas, como lo intentaron los protestantes más radicales durante el breve reinado de su hermano Eduardo. Así, al poco de comenzar el reinado isabelino, el Parlamento inglés promulgó dos leyes fundamentales para zanjar las divisiones religiosas: la Act of Supremacy (1558), por la que se restablecía la independencia de la Iglesia de Inglaterra respecto de Roma, y la Act of Uniformity (1559) que fijó las obligaciones religiosas. Poco después, en 1563, se promulgan los famosos Treinta y nueve artículos, que vienen a ser un compendio de la fe anglicana. Subrayemos porque concierne al objeto de estos posts, que los primeros ocho artículos son de pura ortodoxia católica y el primero de ellos es justamente la declaración de fe en la Santísima Trinidad (“No hay más que un Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones; de infinito poder, sabiduría y bondad; creador y conservador de todas las cosas visibles e invisibles. Y en la unidad de esta Deidad hay tres Personas, de una única sustancia, poder y eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”).

El establecimiento (establishment) de la Iglesia de Inglaterra se enfrentó a dos reacciones contrarios: los católicos, por un lado, y por el otro quienes querían que la Reforma fuera mucho más intensa, predominando entre éstos los de influencia calvinista y que, por regla general, se oponían a la unión entre Iglesia y Estado. El trono fue mucho más duro con los católicos (sobre todo después de la bula papal de 1570 que declaraba a Isabel herética y alentaba que fuera depuesta) que con los protestantes, entre otras razones porque muchos de éstos, más que la oposición frontal optaban por propugnar reformas desde dentro del anglicanismo. Pero, en cualquier caso, lo cierto es que los movimientos religiosos protestantes llamados “disidentes” (dissenters) fueron sorprendentemente numerosos. Los más famosos fueron los que se llamaron puritanos –con intención despectiva al principio–. Al principio, sus discrepancias eran más sobre aspectos rituales (la más acalorada, la polémica de las vestimentas) que doctrinales o de organización eclesial; pero cuando el Parlamento exigió que todos debían adherirse expresamente a los Treinta y nueve artículos los disensos subieron de tono y se centraron, sobre todo, en la reclamación de que la jerarquía de los obispos (con el de Canterbury en la cúspide) fuera sustituida por una administración de presbíteros elegidos en las comunidades locales, siguiendo el modelo de la Iglesia Reformada de Escocia (fundada por John Knox bajo fuerte influencia calvinista). Durante todo el reinado de Isabel hubo un continuo tira y afloja entre los disidentes y el establishment, cuyos momentos más duros tuvieron lugar hacia finales del siglo, cuando se recrudeció la persecución y castigos (incluyendo ejecuciones) contra los puritanos. Como resultado de ese ambiente hostil, no pocos disidentes optaron por escapar de Inglaterra, entre ellos los llamados pilgrims (peregrinos), que fueron primero a Leiden en Holanda y luego, en 160, decidieron cruzar el charco en el famoso Mayfloer para fundar una colonia en Massachusets. El origen de Nueva Inglaterra, como es sabido, está estrechamente vinculado a estos protestantes radicales que se sentían incómodos (y acosados) en Gran Bretaña.

Muerta Isabel sin hijos, le sucede su sobrino nieto Jacobo, que ya era rey de Escocia, iniciando la dinastía Estuardo. Los Estuardo demostraron bastante menos inteligencia política que la hija de Ana Bolena, provocando, con su gusto por el absolutismo, continuos enfrentamientos con el Parlamento. En cuanto a los conflictos religiosos, tampoco supo tratarlos adecuadamente y recurrió a las persecuciones. A su muerte, en 1625, le sucedió su hijo Carlos I, quien fue más lejos que su padre en su desprecio al Parlamento, llegando al extremo de clausurarlo en 1629 y gobernar sin él durante once años; durante ese periodo acalló por la fuerza las demandas de presbiterianos (en Escocia) y puritanos (en Inglaterra), exacerbando los descontentos religiosos. Al final ocurrió lo que era previsible: estalló la que se ha denominado Revolución Inglesa, que es el periodo que transcurre entre 1642 y 1688. En menos de medio siglo, los ingleses asistieron (¿flemáticos?) a dos guerras civiles, al enjuiciamiento del rey por alta traición y su posterior decapitación, al primer (y único) gobierno republicano británico (la Commonwealth), a una tercera guerra civil, al protectorado de los Cromwell (primero del padre, Oliver, y luego del hijo, Richard), a la restauración de los Estuardo en la persona de Carlos II, hijo del decapitado, al acceso al trono de Jacobo II, hermano del anterior, y ¡católico! Y finalmente, la llamada Revolución Gloriosa que fue un complot de los protestantes para que el príncipe holandés Guillermo de Orange invadiera Inglaterra para ser el nuevo rey. Los debates religiosos durante toda esta locura jugaron un papel nada menor. Así, durante el protectorado de Cromwell, defensor de la libertad religiosa, se abolió la Act of Uniformity de Isabel II, lo que produjo un florecimiento del presbiterianismo que pasó a ser casi dominante, pero también la aparición de muchos más movimientos protestantes (como los baptistas ingleses o los cuáqueros). Esas alegrías duraron poco porque la restauración de los Estuardo supuso volver a dejar las cosas como antes (en favor del anglicanismo), reprimiéndose las disidencias, lo que condujo a la Gran Expulsión de la mayoría de los principales líderes disidentes.

Durante los Estuardo aparecieron en Inglaterra los primeros disidentes antitrinitarios, sobre todo a partir de la publicación y distribución en la Isla de una versión latina del Catecismo de Racov. La influencia polaca era muy marcada (de hecho, se les llamó socinianos) y tampoco fueron muchos, aunque tuvieron cierto peso doctrinal sobre los presbiterianos. Ahora bien, estos primeros antitrinitarios fueron cruelmente perseguidos por Jacobo I, resaltando los casos de Edward Wightman (éste negaba casi todo el credo cristiano y además se proclamaba como el auténtico Mesías) y de Bartholomew Legate, que fueron quemados en la hoguera en 1612 (les cabe el triste honor de haber sido los últimos condenados a esta pena en Londres). El siguiente precursor del unitarismo británico fue John Biddle, quien tras graduarse en Oxford y todavía muy joven, alcanzó el cargo de director de la Crypt Grammar School. El hombre se puso a empollar la Biblia para llegar a la conclusión de que lo de la Trinidad era un invento sin apoyo en las Escrituras. Va el tío y publica su concepción de la naturaleza de Cristo (que no era Dios, claro) y lo encarcelan en 1645. Aún así, sus argumentos causan un cierto revuelo y son discutidos en el Parlamento. Pasa unos cuantos años entrando y saliendo de prisión, hasta que es liberado en 1652, al amparo de la Ley general de Amnistía al final de la Segunda Guerra Civil. Gracias a la libertad religiosa propiciada por Cromwell siguió predicando en público sus ideas antitrinitarias, volviendo a irritar enormemente al Parlamento (el tío tenía que ser muy pesado y, sobre todo, por mucha tolerancia que hubiera no era tanto como para admitir que Cristo no fuera Dios). Biddle se libró de la pena de muerte pero en 1655 lo exiliaron a las Scilly, unos mínimos islotes alineados con la punta de Cornualles. En 1658 le dejaron volver. Tenía cuarenta y pocos pero estaba enfermo; aún así siguió con su matraca, volvieron a encarcelarlo y murió en 1662. Uno de sus seguidores, Henry Hedworth, sería el primero que unos años después introduciría en Inglaterra el término unitario. Pero ya seguiré con la historia en un próximo post.


6 comentarios:

  1. Después Inglaterra sería un modelo de tolerancia, aunque inferior a Holanda, para gente como Voltaire. Y eso que los católicos siempre estuvieron discriminados...

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    1. La tolerancia siempre es relativa. Por ejemplo, hasta 1966 estuvo vigente una Ley de finales del XVII que penaba la blasfemia. Pero sí, es verdad que comparativamente con otros países, Inglaterra era de los sitios mejores para pensar libremente (y expresar tus pensamientos).

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  2. No puedo evitar sentir admiración por personajes como Edward Wightman, decididos a luchar por causas disparatadas y siempre en el peor de los momentos históricos posibles. Parece ser que Wightman fue conducido a la hoguera una primera vez y al verse rodeado por las llamas se arrepintió, pero luego, al ser juzgado de nuevo, volvió a reafirmarse en sus ideas, así que lo condenaron una vez más, y aunque en la segunda ejecución volvió a arrepentirse, esta vez las autoridades no tragaron y terminó reducido a cenizas, imagino que entre espantosos gritos de horror y agonía. Y todo para pasar a la posteridad como el último inglés achicharrado por hereje: un fulano que en pleno siglo XVII se atrevió a considerarse (y proclamarse) el Mesías, merecía mejor suerte que ésa.

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    1. Yo, más que admiración, siento interés por tipos tan estrambóticos como Wightman. Por lo poco que he podido leer sobre él con motivo de esta serie de posts, está claro que tuvo una vida que da para una novela (probablemente esté ya escrita, aunque lo desconozco).

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  3. Los peregrinos del Mayflower no creo que fueran pobres precisamente. Los pobres no tienen tiempo ni recursos para hacerse disidentes religiosos.

    En todo caso, me parece inapropiado el adjetivo cómodo en relación a los disidentes en general y a los anti-trinitarios en particular. Hoy nos cuensta entenderlo (afortunadamente) pero esa gente prefería arriesgarse a graves incomodidades por problemas de conciencia.

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  4. Disculpa si te ha molestado mi "corrección", que no era lo que pretendía. Y no es que no me interesen cuestiones distintas a las teológicas; más bien, al contrario, uno de mis problemas es la tendencia a la dispersión. Pero es que ahora estoy tratando de contar (contarme) la historia de unitarianismo y, en este caso, sí que, en efecto, las cuestiones teológicas resultaron ser fundamentales (lo que me asombra visto desde nuestra óptica, en la que esos asuntos no tienen la mínima relevancia).

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